viernes, 30 de enero de 2015

Renacer.

Era prácticamente imposible que las cosas fuesen de ese modo ahora. Con más razón por causa de aquel niño. Su vida no era la misma desde hacía meses, ella lo sabía. Sus ganas de vivir se esfumaban conforme pasaban los días, monótonos y grises, y creía que nada podría sacarla de aquella miseria. Muchos lo intentaron: no deseaban que un corazón frágil y noble como el suyo fuese sepultado en aquel pantano de tristeza. Mas los intentos habían sido en vano.
Y quien la sacó de la miseria no fue precisamente una persona, fue más bien un sentimiento. Un sentimiento que ella creyó haber sepultado en lo más hondo de su pecho para no dejarlo salir nunca más porque la había dañado, porque en su tiempo la había hecho sentir miserable, porque a causa de aquel sentimiento ella había pasado las noches llorando… aunque también era el primer gran sentimiento que se apoderaría de ella, y que era tan fuerte que se había mantenido vivo a pesar del tiempo, a pesar de que otros sentimientos llegarían, a pesar de la distancia, de su madurez, de todo. Ahí estaba.
Había aparecido de repente, al mirar aquella sonrisa y aquellos ojos rasgados mirarla. Y sentarse junto a ella por primera vez en tantos años. Entonces lo sintió: aún había algo dentro de ella, y ese algo la hizo despertar lo que había muerto meses antes. Lo que aquel poeta se había encargado de asesinar.

Sus noches siguieron siendo horrendas, por las pesadillas; sus mañanas seguían siendo pesadas y tediosas; las multitudes seguían siendo molestas… pero ahora tenía la fuerza para soportar todo eso, y más.

viernes, 23 de enero de 2015

La chica de mirada ausente.

Él estaba muerto, pero ella no lo entendía. Decirle Hey, nena, él murió hace mucho tiempo era como intentar afirmar que 2+2 es igual a 8.
O quizás es que 2+2 es igual a 8 en otro planeta.
Pero ella seguía mal. Estaba ausente, perdida. En ocasiones, cuando ponías atención, podías escucharla hablar con alguien. A veces, incluso, se reía.
Por las noches ella lo pasaba mal. Era como si la cordura se despertara en ella en cuanto el sol se ocultaba. Y ella escribía cartas para él en su cuaderno rojo. Cartas que nunca enviaba al correo, porque al amanecer no recordaba siquiera haberlas escrito. Por las mañanas fantaseaba más. A veces daba vueltas por el jardín, como si jugara. Se reía.
Su comportamiento era tan extraño que incluso los demás internos la miraban raro. El loco de la esquina, aquel al que a veces le ponían la camisa de fuerza porque se ponía histérico, se burlaba ruidosamente cuando la veía hablar con aquello que estaba sentado frente a ella, en la silla donde no había nada. Ella no se inmutaba.
"No hagas caso", solía decir al asiento vacío.
Una vez la metieron a la habitación acolchada. Le dio un ataque de histeria cuando una interna afroamericana le había arrebatado el pequeño cuaderno rojo y se lo había frotado contra sus partes íntimas diciendo:
"Mira cómo me besa tu amado, ja, ja, ja." La chica de mirada ausente se le abalanzó y le encajó un tenedor en el ojo antes de que los cuidadores pudieran hacer nada. La afroamericana perdió el ojo. Desde ese entonces nadie se le acercaba, ni siquiera los que se distinguían por ser más valientes y bravucones que el resto. Todos le temían, excepto yo. A mí me gustaba mirarla; era muy guapa. Tenía el cabello largo hasta la cintura, de color negro y algo ondulado. Seguro que teniéndolo mojado le llegaría hasta las caderas. Su piel era blanca y a leguas se notaba que era tan suave como las plumas de un cisne. Sus ojos eran negros y muy grandes, la boca gris y reseca, las pestañas largas y rizadas.
Me dolía verla llorar cuando buscaba a su amado muerto y por una u otra razón no lo encontraba.
"¿Se habrá olvidado de mí?" se decía caminando hacia el jardín, buscándolo incluso debajo de las plantas. Ella no hablaba con nadie, ni siquiera con los doctores. No hacía nada más que escribir por las noches y hablar sola por las mañanas.
¿Y yo? Yo me curé desde hace mucho, estoy sano, pero finjo demencia.
Me volvería loco otra vez si saliera a la calle sin ella.

miércoles, 21 de enero de 2015

Necrofilia

Hora de ir a casa. Mi cuerpo estaba cansado y mi mente revuelta. Debía caminar a través del bosque para llegar a casa, y todo estaba muy oscuro, me ayudaba tan sólo de una lámpara débil.
Escuché el ulular de los búhos, el crujir de las hojas secas al romperlas con mis pasos, el sonido del viento colarse en mis oídos, algunos insectos y animales nocturnos emitiendo sonidos. Todo me sonaba como una sonata, la noche tenía tantas cosas maravillosas en ella. La armonía con que cantaban los grillos y el aullido de los lobos me relajaba. Y en el medio del bosque te vi, ¡dama de la noche! Apareciste en el momento perfecto.
Estabas recostada entre las hojas secas, y te veías hermosa. La palidez de tu piel resaltaba con el color oscuro de la vegetación muerta, tu rostro impasible, como dormido, tu boca entreabierta sin emitir ningún quejido, ni siquiera un respiro. Estabas muerta, y te veías hermosa.
Dieron las doce en punto. Me incliné sobre tu cuerpo y apoyé una rodilla en el suelo. Tomé tu mano, fría como el metal en invierno, flácida como la leche cayendo, suave como aquel abrigo de terciopelo. Con las yemas de mis dedos rocé tus labios, que adquirían un color violeta intenso. Tu cabello cayendo en hermosos caireles negros sobre tu pecho desnudo. Tu abdomen, tu ombligo, tu vientre. Tus piernas. Toda tú, estabas hermosa.
Te tomé entre mis brazos y en tu espalda sentí humedad, un líquido tibio chorrear de tu cadáver: sangre. Y una herida en tu espalda, un cuchillo entre las hojas y la tierra y mis manos manchadas, y tú te veías hermosa.
Dejé tu cuerpo sobre mi cama, mis sábanas se empaparon, el deseo incrementó al ver cómo tu cuerpo se calentaba con el roce del mío. Tus mejillas adquirieron un color rosado y el violeta de tus labios desapareció. Tus párpados se entreabrieron mostrando tu mirada gris. Tu mano juguetona acarició mi mejilla.
Estabas viva, pero no hermosa.
Tomé el martillo del suelo y sin pensar lo azoté en tu cabeza. Con la punta de mis dedos sentí el líquido vital fluir a través de tu cráneo fracturado. Y tu mirada estaba vacía, y tu cuerpo inerte. Estabas muerta y te veías hermosa.