Era prácticamente
imposible que las cosas fuesen de ese modo ahora. Con más razón por causa de
aquel niño. Su vida no era la misma desde hacía meses, ella lo sabía. Sus ganas
de vivir se esfumaban conforme pasaban los días, monótonos y grises, y creía
que nada podría sacarla de aquella miseria. Muchos lo intentaron: no deseaban
que un corazón frágil y noble como el suyo fuese sepultado en aquel pantano de
tristeza. Mas los intentos habían sido en vano.
Y quien
la sacó de la miseria no fue precisamente una persona, fue más bien un
sentimiento. Un sentimiento que ella creyó haber sepultado en lo más hondo de
su pecho para no dejarlo salir nunca más porque la había dañado, porque en su
tiempo la había hecho sentir miserable, porque a causa de aquel sentimiento
ella había pasado las noches llorando… aunque también era el primer gran
sentimiento que se apoderaría de ella, y que era tan fuerte que se había mantenido
vivo a pesar del tiempo, a pesar de que otros sentimientos llegarían, a pesar
de la distancia, de su madurez, de todo. Ahí estaba.
Había
aparecido de repente, al mirar aquella sonrisa y aquellos ojos rasgados
mirarla. Y sentarse junto a ella por primera vez en tantos años. Entonces lo
sintió: aún había algo dentro de ella, y ese algo la hizo despertar lo que había muerto meses antes. Lo que
aquel poeta se había encargado de asesinar.
Sus
noches siguieron siendo horrendas, por las pesadillas; sus mañanas seguían
siendo pesadas y tediosas; las multitudes seguían siendo molestas… pero ahora
tenía la fuerza para soportar todo eso, y más.