miércoles, 21 de diciembre de 2016

Inefable.

Cómo te explico que me pierdo tan fácilmente en las sombras que se forman con los árboles. Cómo te explico que no hay manera de que no me pierda yo en cavilaciones, terminando por verte entre dichas sombras, o de repente añorar tu presencia junto a mí en el autobús, ¿cómo te lo explico?
Cómo te explico que no necesito eternidades ni juramentos, solo una noche, una tarde, un par de silencios, traducidos en besos, miradas, sonrojos. Cómo te explico que me haces llorar sin necesidad de que me hagas daño. Cómo te explico que en ocasiones lloro por ti sin siquiera sentirme triste.
Cómo te explico el efecto que producen tus manos alrededor de mi cuello, cómo te explico la mar de sensaciones que me produce el tacto de tu lengua sobre mi piel. Cómo te explico que no es locura, ni admiración, ni devoción, ni nada parecido. Cómo te explico que no te endioso, pero que, con solo mirarme, haces sentir un efluvio de sensaciones inefables, que me invaden poco a poco; cómo te explico los escalofríos mentales, los estremecimientos involuntarios, cómo te explico por qué me haces tartamudear si ni yo misma lo entiendo.
Cómo podría simplemente explicarte lo que produce dentro de mí, observar tus manos. Cómo te explico que quiero que me acaricies el rostro y me mires, aunque desvíe la mirada… cómo te explico que me pones de nervios. Que, inexorablemente, me he visto envuelta en un manto de lucubraciones. Cómo te explico que no quiero que mueras por mí, y que, de ninguna manera, vivo para ti.
Cómo te explico que no sé para qué vivo pero que no me importa. Cómo te explico que soy tan indiferente a tantas cosas importantes, y les doy atención a cosas que no lo son. Cómo te explico que veo como algo estúpido llorar por tus nudillos y extrañar tu humanidad situada junto a mí. Cómo te explico mi hipersensibilidad, y mi tendencia a añorarte en los momentos más insospechados, de repente, sin avisar.

¿Cómo he de explicártelo? Ni siquiera yo lo entiendo. 



martes, 6 de diciembre de 2016

Incongruencias

No me extrañes,
no te extrañaré.
Mejor añoraré el momento
de volverte a ver,
y abrazaré la existente nada,
para que me haga compañía.

¿Qué significa extrañar?
¿Sentir algo como ajeno,
desconocido?

El amor, ¿acaso existe?
Si es así, ¿dónde se encuentra?
Dices sentirlo dentro de ti,
Tan fuerte que nada podrá
Sacarlo jamás de ahí.
¿Será verdad?

A veces siento que no me amas.
Quizá la realidad es que
Mi amor propio decae
Y al no amarme yo,
He de pensar,
Que nadie más lo hará.

¿Qué significa amar?
¿Será que mi concepto
Es erróneo?
Quizá sea la razón
De tantas dudas, y miedo.
No deseo perderte.
Y es doloroso pensar
Que quizá no te tengo,
Ni te tuve.

El dolor, ¿acaso existe?
Si es así, ¿dónde se encuentra?
¿Cómo borrar los moratones
De mi endeble espíritu?
Si es que acaso poseo uno.

¿Qué significa llorar?
Masticar el dolor,
Saborear la sangre,
La frustración,
Sobrepensar.

El silencio, ¿acaso existe?
Si es así, ¿dónde se encuentra?
¿Acaso puede ser percibido
como algo que se pueda escuchar?

No concibo la nada
como algo inexistente.
El hecho de ser nada,
le da calidad de ser.

¿De qué manera evitar
El incordio maldito
De la incertidumbre,
La pesadez de amar,
El tiempo y su rápido andar,
Las multitudes por soslayar,
Y un montón de cosas más?

Siempre me pregunto
Tantas cosas.
Cómo puedes retorcerte
Tan fácilmente y sin trabas
Entre esa tórrida soledad
Que no me deja tocarte.

Y me lleno de incongruencias,
Odiándote,
Justificándome,
Pero sin darme siquiera el tiempo
De pensar tan solo un poco en mí.

¿Será ese mi problema?
Tal vez me dejé de amar
Al sentir vagamente
Que tú mismo lo hacías.

domingo, 4 de diciembre de 2016

Pudimos ser eternos.

Debería dejar de comer dulces para calmar la ansiedad. Las hojas no se oxidarán, mucho menos perderán el filo si se quedan ahí arrumbadas, sin ser usadas. Morderme las uñas no hará que los viejos años de idilio vuelvan. Debes resignarte, me gritó mi consciencia en el día de Júpiter, rozando las cuatro de la madrugada. Aquella tarde había perdido todo ápice de sanidad que, con mucha fuerza, mantuve junto a mí para no hundirme en las pesadillas recurrentes, en los baños de sangre y olor a óxido, en las manchas rojas sobre el piso de mármol, en la indiferencia del mundo entero y otro tanto. Aquella tarde perdí la última esperanza que tenía de recuperar la inocencia que abandoné a un lado de la calle, al cumplir dieciséis. Y no fue hasta las cuatro de la madrugada, cuando por fin aquel trozo de alma palpitante que suplicaba ser salvada, dio su último aliento. Fue masacrada, no por ti, no por las circunstancias; fue torturada por mi propio delirio.
Pudimos ser eternos, pero nos faltaron horas y a mí me sobró intensidad. Fuimos una estrella que prometía ser el universo, y culminó tan solo en un hoyo negro, ¿algo se podrá rescatar? El pesimismo ha regresado con más fuerza que antes, y tus singularidades me hacen dudar. Pensé en atravesar tu radio, hasta llegar a tu horizonte de sucesos y dejarme absorber por ti, pero no significas tanto si te miro desde fuera. Pudimos ser eternos, pero te faltó decisión y a mí me sobraron palabras y besos. Nos faltó control de nosotros mismos y dejamos que el universo entero se enfriase a nuestra merced, para mantener lleno de pasión y energía aquello que, desde un principio, tenía un futuro nulo y gris, sin vida. Pasamos de mirar nuestras pupilas como quien ve el inicio de los tiempos, a mirarnos con desdén y amargos parpadeos. Y ahora sabemos que no somos más que el resultado de millones de probabilidades, frías estadísticas, números y demás nimiedades. No somos algo místico, ni pudimos serlo, mas pudimos ser eternos, descarapelar pacientemente cada una de nuestras debilidades y amarlas como si fuesen propias. Sentarnos uno frente al otro y mirarnos en silencio mientras cavilamos sobre nuestras emociones. Pudimos hundirnos en la profundidad de gemidos, caricias y susurros, pero nos conformamos con la vacuidad de una risa socarrona. Nos salió tan natural amarnos, que nos pudrimos.

Pudimos ser eternos, pudimos ser la entropía del universo, pero se te metió una triza de soledad en el ojo, y nos perdimos.