miércoles, 8 de febrero de 2017

Estigma.

      De mi padre solo me queda una guitarra. De ti, una diadema, un conejo de felpa y recuerdos. Fue de ti y no de él de quien aprendí que las personas no cambian, y que no importa cuánto amor exista entre dos almas: no es suficiente. A menudo me embarga un olor a flores, como a aquellos estigmatizados que reciben su advertencia antes de que sus manos comiencen a sangrar. Y el aire es tan amargo y denso, que se podría cortar como un cuenco de leche cuajada. Huele a flores cuando mi estigma se acerca. Palabra a palabra voy tejiendo nuestro inminente final. Quién diría que la escritura marcaría nuestra fecha de caducidad. Se corta el aire, huele a flores y escribo; llegará un momento en que jugar a la princesa y el cazador se haya quedado en el olvido. Mas procuro con cada punto, coma y espacio plasmar tu esencia y lo que pudo haber sido. Me pregunto cuánto durará tu olor en el conejo de felpa, y cuánto tiempo habré de estigmatizarme después del amargo final.
      Puede que mis mejillas y mis manos estén frías, pero mi pecho siempre estará cálido tan solo para acogerte. Y sin importar cuántas veces intentaste alejarme, se mantuvo firme y leal ante ti. Un corazón que emana un olor a flores cuando está a punto de sangrar, ha esperado por ti muchas veces. No me atrevería a decir que le fallaste. Hablar de tiempo y fechas de caducidad trastorna mis sentidos y me hace titubear, no obstante, mi mente siempre encuentra la forma de recordarme que esto tiene un final. Y que el olor a flores y la escritura y cada coma y espacio y punto y sangre y lágrima, al final, no será nada. Pero... si me preguntasen si volvería a vivir mi historia contigo, aun después de todo, diría sin dudar que sí. Lo repetiría infinidad de veces sin cansarme, y no sé si eso sea lo más patético de este estigma. 
      Si decidiera morir hoy, me escondería en el clóset de mi habitación, y me pregunto qué tanto tardaría el mundo en notar mi ausencia y hallar mi cadáver pendiente del talí de la guitarra que me dio papá. Mamá siempre vio mis necesidades como una mentira para llamar la atención: la miopía, el asma y la ansiedad. No fue hasta que el problema se agravó que decidió tomar acciones; pero mis ojos ya estaban dañados permanentemente, mis pulmones débiles y secos como dos pasas, y mi ansiedad tan descontrolada que incluso síntomas esquizoides llegué a padecer. ¿Qué hará si le hablo hoy del olor a flores y de los sentimientos tan azules que embargan mis días desde los dieciséis? ¿Qué le diré cuando me pregunte por qué no vienes más a visitarme? 
      Las personas con estigmas sangran de palmas y frente, cual si clavos y espinas se clavasen en sus pieles. Pero yo que sangro del corazón, ¿quién me ve? ¿quién me cree? Solo se siente. Ver objetos punzantes no ayuda cuando los gritos invaden la sala. Tu voz es tan serena que de verdad me da gusto escucharla. Jamás te atrevas a culparte por lo que quieres y me has pedido. No es tu culpa que algunos corazones con estigmas se aferren más al amor que a la vida. Las personas como yo no tenemos cosas reales a las cuales aferrarnos, pues vivimos en un sueño y nos da terror despertarnos. Solo hay metas y objetivos banales que se desvanecen con los años. Nada real, nada cercano a desear algo. Vivimos con un estigma imaginario, con heridas y dolores que nadie más ve, quizá sea a eso a lo que debamos aferrarnos. Y el olor a flores que da aviso es nuestra carga y salvación.