viernes, 21 de abril de 2017

Soliloquio de Histeria.

Tengo una lista de cosas por comprar el próximo jueves. No sé si mi capital sea suficiente para costearlas. Una botella de whisky, tinte de color azul, sombra para ojos; quizá algo de ropa interior, chocolates. Un espejo circular para mirarme en él y preguntarme quién me dañó tanto.
Quizá nadie; quizá fui yo. Quizá fue la esperanza, el arma más peligrosa, letal y poderosa de todas. Uno nunca sabe cómo usar algo tal como la fe, pero, por lo general, solemos enfocarla en casos perdidos, en causas que únicamente traerán consigo la decepción y el desasosiego. La gente no sabe amar; en ocasiones, solo es miedo de.
Vivo cada día repitiéndome a mí misma que no espere nada de nadie; ni siquiera de mis gatos y el rozar de sus cabezas, ni siquiera del chofer del autobús que se detenga… Nada. Simplemente nada. Pero más terca no pude haber nacido. Espero y tengo fe en todos, en todo, menos en mí y en lo que hago. Me la paso repitiéndome a mí misma, ¿qué pasaría si…? Y me rezago. Me quedo veinte minutos en la salida, esperando a una persona que sé de antemano, no volverá conmigo del trabajo. Espero que alguien realmente se acerque y me muestre afecto, me pregunte cómo estoy, note qué está pasando. Espero que el hombre que me atrae, me envíe un mensaje. Vivo esperando que aquel otro sujeto al que aún niego amar, lea las interminables cartas que le escribí.
Pero no hay nada. No hay mensajes, ni salidas después del turno de noche en mi empleo, no hay preguntas sinceras y sin morbo, los sobres siguen cerrados. Y yo sigo esperando.
Me pregunto qué tan vana y vacía podría llegar a ser si dejase mi fe a un lado. ¿Será que mi esperanza es lo que me mantiene atada a este mundo, a esta vida? Sentarme a escribir frente al monitor a las cuatro de la mañana, ¿es aferrarme o tener fe? Esperar, morir acaso, soñar, ¿me siento Hamlet? Es curioso, el suicida shakespeariano es mi personaje preferido, al menos, entre todas las tragedias.
¿Qué tan solos estamos? ¿Es normal sentirse abandonado? Mirar a una multitud de personas entrar y salir de los comercios, de las estancias, de los sitios de ocio. Analizar la sociedad y comprenderla, a menudo, nos hace sentir antipatía por la misma. Ridiculizar el comportamiento y la existencia humana, repudiarla y quitarle el sentido de la misma manera en que el significado de una palabra se pierde cuando la leemos muchas veces. Como escuchar tanto una canción, que se vuelve cansina, aburrida, jaquecosa. Molesta.
Así se siente la vida, cuando la sientes demasiado. Decepciones, caídas, fallos, desesperanza repitiéndose tanto, que hastía. Deja de doler, solo molesta, enfada.
Da jaqueca.
No quieres continuar. Pero ahí sigues, ¿qué te ata?, ¿qué hace que siga con esto?

¿Aferramiento, o esperanza?

martes, 18 de abril de 2017

Azul.

Buscando entre mis enredados pensamientos me pregunté cuándo fue la última vez que me dediqué un par de letras a mí misma. La última vez que me di cariño con palabras escritas, la última vez en que fui mi propia musa.
Son contadas las veces en que he escrito algo que me involucre solo a mí; y las ocasiones en que esto ha sucedido, no son más que tragedias y demás desventuras transformadas en oraciones con palabras bonitas y complejas.
Ha pasado tanto desde la última vez en que respiré tranquilamente. No podría siquiera calcular la cantidad de tiempo que ha transcurrido desde que me sentí plena y feliz. Yo diría que a los quince o dieciséis, pero, ¿realmente fue así? ¿De verdad era feliz o simplemente no tenía problemas? Y justo ahora, ¿los tengo?
No puedo ver.
Soy un cúmulo de nervios, de carne asfixiándose, de manos pintadas de azul, suplicando por un poco de aire. Se me escurren las lágrimas al ducharme, pero la razón de mi llanto se ha tornado en un misterio. ¿Por qué vivo? ¿Por qué lloro? ¿Por qué siempre estoy tan triste?
El azul nunca fue mi color predilecto, quizá será porque siempre fui una mujer tristona y los matices tristes no me ayudaban. ¿Será cierto que el azul es sinónimo de tristeza, nostalgia y melancolía? “Las habitaciones tapizadas de azul parecen más espaciosas, pero también vacías y frías”, llegó a decir Goethe. ¿Será que mi cuerpo y mi alma son azules? Tienen mucho espacio para albergar amores, amistades, lazos fraternos y demás vínculos, pero todo es tan frío y vacío que nada ni nadie tiene el valor suficiente como para quedarse.
Soy una habitación fría y vacía. Me asfixio, no veo, no respiro, ya no siento.

Me congelo.

lunes, 17 de abril de 2017

No dejé de amarte.

       Seis de abril. Por la mañana desperté y todo seguía igual. Mi cama, mi casa, las calles, la gente. todo seguía su curso. Mis amigos, mi familia, mis gatos...

       No dejé de amarte, la prueba es este escrito. Todavía ocupas una parte de mis pensamientos, aunque a veces no me doy cuenta. Es desastroso rememorar, por lo tanto mi propia mente lo prohíbe en ocasiones.

       No pienso demasiado en ti, mi corazón dejó atrás el nosotros al que tanto me aferraba. Creí que tú eras mi fuente de luz, pero era yo misma quien me alumbraba. No te necesito, mas no dejé de amarte, gran parte de mi alma todavía lleva tu estandarte. Pero no hay tristeza ni dolor en mis acciones, tampoco apagué mis emociones.

       Un anciano me pregunta a diario que si me dedico a vender sonrisas; yo le digo que las regalo. Sonrío y vivo porque antes y después de ti no es muy distinto. Los autobuses y los coches, transeúntes y demás entidades aún circulan. Me siento tranquila y libre a pesar de que no deseaba salir de mi jaula.
     
        No dejé de amarte, pero sí dejé de depositar vanas esperanzas en ti. Nada ha cambiado, solo mi manera de verte, querido.

        No dejé de amarte, pero te has ido.


domingo, 2 de abril de 2017

Ángel merodeador.

Me enamoré de una consciencia, de una voz imponente que susurró a mis oídos y me hizo olvidar todo; fue como si en los adentros de su ser, se escondiese el fortuito menester de mirar; de mirar a la existencia corpórea que se escondía detrás de los mantos de discernimiento.

El dulce susurro me acompañó al despertar y al amanecer en forma de unos y ceros convertidos en él; y el menester se tornó en un inexplicable temor por el día en que descubriese lo que antaño ignoré. No tenía importancia, pero de pronto apareció. Pude verlo en su punto más vulnerable y por un instante me convertí en la voz que más tarde me calmaría.

La cúspide se tornó tan cercana al verlo descansar en ella, y al marcharse y lanzarme un beso con la mano, fue como si simplemente se alejara.

Porque aquella hermosa consciencia, aquella dulce voz, aquel que purificó mis oídos y mi corazón, estaba demasiado lejos de mi alcance. No importaría qué tanto intentase acercarme a la cúspide.

Tendría que conformarme con escucharlo hablarme desde arriba.