domingo, 8 de marzo de 2015

Delirio de una noche de insomnio.

¿Dónde estás? No sé si te perdí o soy yo la que se ha perdido. O quizás nos perdimos, quién sabe. Te encuentro en todas partes pero sin hallarte realmente. Puedo ver tu rostro en mi café humeante y tu voz en el sonido de la lluvia al caer, pero no te encuentro.
¿Será que fuiste tan sólo un sueño? O quizás soy yo un sueño, quién sabe. Te ando buscando y te encuentro sin hallarte, te veo hablar, me hablas pero no siento tus palabras, no te entiendo,  es como si en realidad no hablara nadie.Te ando buscando, y te me pierdes. O quizás yo soy la desorientada, quién sabe.A estas alturas ya no sé ni lo que digo, no me entiendo. Y a ti te entiendo igual o menos. Y es que estas cosas del amor son muy complejas y así yo no le entro.
Es increíble la influencia que tienes hacia mi persona. Como un huracán a una casa de paja, así una sola palabra tuya puede derrumbarme completamente o bien, llevarme a la gloria. Hace ya casi un mes que te fuiste, sin embargo la tristeza no me ha embargado en un solo instante, es, más bien, como un vacío que se intensifica con el paso del tiempo. Como una pared a la que han hecho un hueco.Hace dos días comencé a leer el libro que tanto te gusta, y al recorrer cada página y sentir el suave tacto del papel, te sentí en él, como si tu humanidad estuviese plasmada en esas amarillentas hojas, en esa tinta corrida, en esa novela alemana.Como si mi voz mental al leer fuese la tuya, narrándome en la oreja cada suceso. Incluso llegué a sentir tu aliento en mi nuca, o eso creo. Pudo haber sido obra del viento.
En las noches voy a dormir con el cansancio pesando sobre mis talones y el hastío me despierta en las mañanas. Me he vuelto más fría y cruel, comienzo a irritarme por casi cualquier cosa. Hay veces en que imagino cómo se sentirá mirarte, y siempre llego a la conclusión de que al estar frente a frente te me antojarás ser un espejo, un espejo como de agua y salitre, y un marco de piedrecillas. Siento que será irreal tocarte, como si intentara tocar un holograma. A veces me pregunto si eres real o una invención de mi retorcida mente.
Caigo entre un abismo de inconsistencias cada vez que cierro los ojos. He visto toda clase de horrores, mi mente ha moldeado el mal en una idea deforme y bizarra. Niños y bebés muertos, conocidos devorándose entre ellos, crimen y disfrute morboso del mismo, muerte, muerte y más muerte. Llegó un momento en el que temí fervientemente a dormir, pero mis pesadillas se hacían presentes aun cuando estaba despierta. Se manifestaban en forma de pensamientos mutantes, comenzaba imaginando algo común y a veces agradable, para que mi mente lo deformara convirtiéndolo en un infierno, en una carnicería, una masacre...
En la madrugada despierto asustada, y a pesar de que nunca te he tenido al lado de mí, al abrir los ojos tengo la diminuta esperanza de verte dormido a mi costado, y sentir que todo está bien, que todo esto jamás sucedió, que mi vida está arreglada, pero no. Me encuentro tan sólo con una pared fría y rugosa, y la acaricio imaginando que es tu barba descuidada.Y vuelvo a dormir, esperando no soñar nada o al menos, no recordarlo al despertar de mañana.

sábado, 7 de marzo de 2015

Mary no ha muerto

Su tristeza era tan grande que podía incluso verla a través de sus ojos. Y las escasas veces en que nuestras miradas se encontraban, sentía el ferviente deseo de limpiar sus lágrimas, a pesar de que sus mejillas estaban totalmente secas; y es que yo sentía que ella se echaría a llorar en cualquier momento, pero no lo hacía. Nunca lo hacía.
Siempre esa sonrisa rota, desesperanzada, una sonrisa de resignación. Claro, después de pedir ayuda tantas veces sin ser escuchado, uno pierde las ganas de seguir luchando, y ¿qué es lo que queda? Sonreír.
Recuerdo a Mary como si no hubiesen pasado tantos años. No era como las demás, no era el tipo de mujer que pasa horas frente al espejo buscando la belleza absoluta. Mary era de las personas que creen que la belleza se encuentra en el interior, y quizás eso era lo que más me gustaba de ella, a pesar de ser alguien con una autoestima muy baja. Se la pasaba dándome ánimos, a mí y a los demás. A pesar de que algunos la buscaban únicamente pensando en ellos mismos, Mary los escuchaba con toda la sinceridad del mundo.
¿Y yo? Yo era un imbécil. Mary se preocupaba por mí. Mary me quería desde que éramos unos niños. Y yo era un imbécil.
Me mandaba mensajes de buenos días, y a diario me deseaba las buenas noches. En la escuela siempre la veía a las 11:30 sentada en la misma banca, siempre sola, siempre con un libro entre las manos. A veces me acercaba, a veces sólo la saludaba. Nunca pude decirle lo mucho que me gustaba verla leer. Sí, en esos años “leer” era la costumbre de todo hipster que se respetase, pero Mary no era como todos. Mary no leía con el afán de llamar la atención de nadie. No leía esos libros de moda con clichés y estereotipos, ella leía cosas de interés, tratados filosóficos y poesía. Ah, y además escribía, y lo hacía de manera magnífica. Llegué a leer un par de sus escritos y me quedé estupefacto, mas nunca pasé de preguntarle en qué se inspiraba.
Ella se sentía insegura, yo lo podía ver. Y seguido me preguntaba a mí mismo si los demás también lo veían, pero no querían hacer nada. O si ella sabía disimular muy bien. O si yo estaba imaginándome todo. Fuere cual fuere la razón, nunca hice nada.
Un día desperté temprano por la mañana, pero algo extraño sucedió: el mensaje de buenos días de Mary no estaba. Quise pensar que tal vez lo había olvidado… pero, ¿por qué? Diablos.
Abrí una vez más la bandeja de entrada. No había ningún mensaje nuevo. Media hora después reintenté. Nada.
Así que decidí dar el primer paso, a ver qué pasaba. No me fue fácil hacerlo, no por orgullo, sino… era algo extraño. Saber que yo le gustaba a Mary y que ella no me gustaba a mí, hacía más difíciles las cosas. No me sentía incómodo con ella, pero temía comportarme de una forma en que ella malinterpretara las cosas. O se ilusionara. Y me ilusionara a mí de vuelta.
Buenos días”.
No obtuve respuesta.
Vi a Mary a diario durante una semana, estaba sentada donde mismo, haciendo lo mismo: leyendo un libro. Pero esta vez todo era distinto. Usualmente, al salir yo de mi aula y dirigirme al lugar donde “sin querer queriendo” me encontraba con Mary, ella alzaba la mirada y cerraba el libro, se quitaba los audífonos y se preparaba para escuchar cualquier cosa que yo tuviese que decir, para hacerme reír y para recomponer mi día si éste iba mal. Y ese día no lo hizo. No alzó la mirada como siempre, fue como si yo no hubiese pasado por ahí. Y lo peor de todo es que yo no me acerqué.
Pasaron unos meses, y Mary se graduó. A mí me faltaba un semestre para terminar.
A diario, durante los seis meses siguientes salí de mi aula y me dirigí a aquella banca donde Mary solía sentarse a leer, y seguido me imaginaba que hablaba con ella, y que me reía.
Poco tiempo después, me enteré de que Mary había muerto. Se había quitado la vida.
No tuve el valor de ir a su tumba a dejarle flores, o un libro quizás. Lo pensé muchas veces pero nunca pude hacerlo. No sé por qué, no es que tuviera miedo de ella; nunca he creído en los fantasmas. Era otra cosa. Ir a su tumba significaba aceptar que ella se había marchado para siempre, que nunca más volvería a mirarla a los ojos. Ir a su tumba significaba que, al tener sus restos bajo mis pies, ya no podría tener su presencia a mi lado cuando me sintiera solo. Nadie puede escapar de la muerte, ni siquiera en un sueño. Todo resulta siempre falso. No podría imaginármela sin una mortaja, sin unas ojeras enmarcando sus ojos vacíos. No podría desear tocar su piel, porque estaría fría y sin ese rubor en las mejillas. No podría jamás plantearme la posibilidad de visitarla.
Sabía que estaba muerta, pero ir a su tumba significaba resignarme. Y resignarme significaba abandonar ese lugar en mi mente que estaba dedicado a ella, y reemplazarlo por lágrimas y amargos “hubieras”.