jueves, 14 de julio de 2016

Flores amarillas.

Nos levantamos del pasto, tropezando y chocando entre nosotros. Teníamos prisa. Se nos hizo de noche ahí tirados, mirando el pasar de las nubes y el oscurecer del cielo azul. Seguro mamá, en casa, estaría preocupada. Más de 20 llamadas perdidas serían mi sentencia de muerte.
Y también era probable que tuvieses que regresar a pie a casa, pero en todo momento me aseguraste que no te importaba caminar. 
Mis anteojos cayeron al suelo por la prisa, y casi los pisamos intentando buscarlos entre la hierba. Tú reías a carcajadas mientras corríamos tomados de la mano para poder alcanzar el último autobús que nos llevaba de regreso. Me picaba la piel de la espalda, el escozor se debía a mi tremenda alergia a la grama común, y tú tenías aquella alergia nasal, por la tierra, por la hierba, qué sé yo.
Y allí estábamos, un par de enamorados, tomados de la mano, apresurando en silencio al chofer, diciéndole en voz baja que deje de platicar con el que despacha la gasolina.
Cuando llegamos por fin, pasadas las nueve y media, sonreíste mientras retirabas un travieso mechón de mi rostro. Y después me dijiste que tenía florecillas en el cabello. Te dije: quítamelas. Tú replicaste diciendo que no, que se me veían lindas.
Finalmente entré a casa, sin querer amargarme escuchando los reclamos de mi mamá. Me eché en la cama a mirar el techo, sonriendo como idiota, a pesar de que el salpullido en mi piel no me dejaría dormir bien, a pesar de que mis ganas de verte aumentasen al marcharte, a pesar de que nuestros besos y el vigor de nuestros roces me hayan dejado adolorida y con moratones.


lunes, 11 de julio de 2016

Habitación lila.



Abrimos la puerta en silencio. Era de noche y los alrededores se hallaban solitarios, mas no deseábamos que nuestro primer allanamiento terminase por dejarnos tras las rejas. El Palacio Chino era un restaurante abandonado, con un secreto escondido entre sus paredes. Después de entrar y mirar la madera podrida en el suelo, las sillas quebradas, las mesas llenas de moho, subimos con cuidado por las deterioradas escaleras que conducían al segundo piso, ayudándonos tan solo de los escasos rayos de luna que se colaban por algunos huecos. Al final del pasillo del segundo piso, encontramos una luz. Caminamos con la intriga a flor de piel, exploramos con curiosidad aquel lugar inhóspito: una habitación con paredes lilas, muebles blancos. Se veía vieja, mas no descuidada. La luz que entraba por la ventana era tan clara que parecía ser de día tan solo en esa única habitación. Decidimos sentarnos en unas sillas con tapizado de flores de lavanda y fondo de algún color cremoso. Nos dimos cuenta de que la tetera tenía aún cierto líquido hirviendo. También nos preguntamos quién habría estado allí para dejarnos dos pequeñas tazas de porcelana y galletas recién horneadas. ¿Quién podría haber entrado a esa habitación lila, antes que nosotros? La encontramos como una luz en medio de tinieblas, literalmente. La luz que se colaba por la rendija nos guió hacia ella y nos atrajo como la carnada a los peces. Tuvimos que derribar la puerta; estaba cerrada por dentro, como haría un niño al irse corriendo a su habitación después de haber peleado con su madre. Extrañamente, dejamos el asunto de lado para concentrarnos en el humo que se desprendía del líquido. Sentí tu mirada chocar contra mí, pero no pude retirar la mía del regazo. Parecía como si fuese a tener la taza entre las manos eternamente, parecía como si me fueses a mirar para toda la vida, pero no. Después de dar un pequeño sorbo a mi té, dejé la taza sobre la mesita y me levanté. Recorrí la habitación, encontrando por allí un pequeño cofre de porcelana con bordes de lo que parecía ser oro; lo abrí y lo encontré vacío. De pronto sentí que te encontrabas detrás de mí, así que me giré para encararte por primera vez. Te tomé por los hombros, dando un pequeño salto para alcanzarte. Te arrojé sobre la cama y desde mi sitio pude observar tu gesto de consternación. Quise abalanzarme sobre ti con mucha fuerza, pero me golpeé con la base tubular de la cama. No me importó, seguí con lo que planeaba; te monté y te inmovilicé de las manos para que no pudieses retirarme de allí, y en medio del silencio y de aquella misteriosa habitación, te grité a la cara que te odiaba. Arrugué el rostro mientras las lágrimas caían, agité la cabeza hacia un lado y hacia otro hasta marearme. Te grité con toda la fuerza que mis pulmones me permitieron sacar, que por qué tenías una sonrisa tan jodidamente linda, que por qué demonios me hacías sonreír tan solo con un roce de tus manos, te golpeé el pecho con fuerza pidiéndote respuestas, necesitaba saber qué de majestuosos tenían tus pseudo rizos, que tu voz no era tan distinta, ni tan fuerte, como para lograr atraerme así como lo hacía. Que tu aliento era tan común pero por qué diablos era el único que me erizaba la piel. Que tus chistes eran malos, pero que por qué me hacían reír tanto, por qué me alegraban tanto el alma, por qué me hacían amarte más. ¿Por qué?
Me detuve al terminar de sacar mi furia. Me miraste como si hubieses comprendido todo, y sonreíste. Suspiré resignada. Eras un idiota, pero te amaba tanto que quizá no me importaba, que quizá me convertiría en una idiota junto a ti. Porque no había otra persona en este maldito mundo que me pudiese hacer sentir así como tú. 
Me retiré de encima de ti, revisando el moratón en mi rodilla. Caminé hacia un enorme ropero e intenté ver qué había arriba, pero era tan alto que casi llegaba al techo. Me ayudaste a subir a una silla, y allí en ese ropero, además de polvo acumulado por falta de limpieza, encontré un saco pequeño con dulces de hierbabuena.
Al salir de la habitación, caminamos sin mirar atrás hasta encontrarnos junto a las escaleras. Cuando lo hicimos, pudimos notar que ya no había luz en aquella zona, y que la misteriosa habitación lila parecía haberse desvanecido entre la nada.
Después de encontrar en un arranque la punta inicial de mis debilidades, pude ver más claramente tu imagen al mirarme a los ojos, o sonreírme con calidez.
Ahora tengo en claro que te odio a ratos, pero te amo a eternidades. 



sábado, 9 de julio de 2016

Entropía.

Se metió a bañar con el cuerpo ardiéndole de cansancio. La pesadez de los días se hacía más tediosa conforme pasaba el tiempo. Se colocó bajo la ducha dejando que el chorro helado le hiciese erizar la piel de la espalda. Dejó que su cara se empapara y llenara de húmedos cabellos. Se dio la vuelta y al aclarar la mirada vio un reloj en la pared frente a ella. Sí, un reloj en el baño. Y los había en cada habitación de la casa. Exactamente diez minutos en la ducha. No más. Frotar el jabón con la esponja de izquierda a derecha seis veces. Al envolverse con la suave toalla color azul, al igual que las paredes, se dio cuenta de que había una araña junto a la puerta, en la parte de arriba. En realidad había muchas arañas por toda la habitación. Se espantó y salió de allí cuanto antes. Debía estar en la cama en cinco minutos. Miró la pared checando por última vez la hora. Pero no había nada. Ni reloj, ni pared, ni araña, ni ducha, ni chica, ni nada.

jueves, 7 de julio de 2016

Maniática.

Tengo escalofríos en la cabeza. La realidad me abofeteó como un huracán. Los vestigios de mi inseguridad salieron despavoridos con el vendaval de sensaciones que aquella frenética charla trajo consigo. Parecía que yo peleaba más conmigo que contigo. El dolor que penetraba mis vértebras desapareció apenas llegaste. Los coros de los ángeles me susurraban dulcemente que mandara todo al carajo, que qué sentido tenía amarte tanto, que no importaba, que estaba mejor sola que a tu lado. No les hice caso, las mandé de un solo golpe a los rincones del averno. Les di su merecido por torturarme tanto. Ahora mis palabras, mis gritos, mis frustraciones terminaron por sacar a relucir tus inseguridades, y una cosa llevó a la otra; no te culparía por no amarme, al fin y al cabo ni yo misma soy capaz de hacerlo por completo. Yo sé que incluso los milagros toman tiempo. El desprecio, la soledad y la indiferencia siempre fueron mis fieles compañeros, es duro asimilar que alguien pueda amarme por completo. por eso el desespero, el miedo. Las personas cobardes, como yo, no conocemos más allá de eso. Pero te pido, con el corazón en la mano, que me ayudes a ver a través de mis complejos, que me auxilies cuando pierda el sentido del vuelo, y que, sobre todas las cosas, sigas haciéndome el amor todos los días, como solamente tú puedes hacerlo, pidiéndome sonrojos, suspiros, poemas, desvelos; pidiéndome que sonría, que te mire, que te tome la mano; pídeme que vea la luz cuando solo hay sombras en el camino, hazme el amor así, como tú sabes hacerlo.