viernes, 23 de enero de 2015

La chica de mirada ausente.

Él estaba muerto, pero ella no lo entendía. Decirle Hey, nena, él murió hace mucho tiempo era como intentar afirmar que 2+2 es igual a 8.
O quizás es que 2+2 es igual a 8 en otro planeta.
Pero ella seguía mal. Estaba ausente, perdida. En ocasiones, cuando ponías atención, podías escucharla hablar con alguien. A veces, incluso, se reía.
Por las noches ella lo pasaba mal. Era como si la cordura se despertara en ella en cuanto el sol se ocultaba. Y ella escribía cartas para él en su cuaderno rojo. Cartas que nunca enviaba al correo, porque al amanecer no recordaba siquiera haberlas escrito. Por las mañanas fantaseaba más. A veces daba vueltas por el jardín, como si jugara. Se reía.
Su comportamiento era tan extraño que incluso los demás internos la miraban raro. El loco de la esquina, aquel al que a veces le ponían la camisa de fuerza porque se ponía histérico, se burlaba ruidosamente cuando la veía hablar con aquello que estaba sentado frente a ella, en la silla donde no había nada. Ella no se inmutaba.
"No hagas caso", solía decir al asiento vacío.
Una vez la metieron a la habitación acolchada. Le dio un ataque de histeria cuando una interna afroamericana le había arrebatado el pequeño cuaderno rojo y se lo había frotado contra sus partes íntimas diciendo:
"Mira cómo me besa tu amado, ja, ja, ja." La chica de mirada ausente se le abalanzó y le encajó un tenedor en el ojo antes de que los cuidadores pudieran hacer nada. La afroamericana perdió el ojo. Desde ese entonces nadie se le acercaba, ni siquiera los que se distinguían por ser más valientes y bravucones que el resto. Todos le temían, excepto yo. A mí me gustaba mirarla; era muy guapa. Tenía el cabello largo hasta la cintura, de color negro y algo ondulado. Seguro que teniéndolo mojado le llegaría hasta las caderas. Su piel era blanca y a leguas se notaba que era tan suave como las plumas de un cisne. Sus ojos eran negros y muy grandes, la boca gris y reseca, las pestañas largas y rizadas.
Me dolía verla llorar cuando buscaba a su amado muerto y por una u otra razón no lo encontraba.
"¿Se habrá olvidado de mí?" se decía caminando hacia el jardín, buscándolo incluso debajo de las plantas. Ella no hablaba con nadie, ni siquiera con los doctores. No hacía nada más que escribir por las noches y hablar sola por las mañanas.
¿Y yo? Yo me curé desde hace mucho, estoy sano, pero finjo demencia.
Me volvería loco otra vez si saliera a la calle sin ella.

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