miércoles, 21 de enero de 2015

Necrofilia

Hora de ir a casa. Mi cuerpo estaba cansado y mi mente revuelta. Debía caminar a través del bosque para llegar a casa, y todo estaba muy oscuro, me ayudaba tan sólo de una lámpara débil.
Escuché el ulular de los búhos, el crujir de las hojas secas al romperlas con mis pasos, el sonido del viento colarse en mis oídos, algunos insectos y animales nocturnos emitiendo sonidos. Todo me sonaba como una sonata, la noche tenía tantas cosas maravillosas en ella. La armonía con que cantaban los grillos y el aullido de los lobos me relajaba. Y en el medio del bosque te vi, ¡dama de la noche! Apareciste en el momento perfecto.
Estabas recostada entre las hojas secas, y te veías hermosa. La palidez de tu piel resaltaba con el color oscuro de la vegetación muerta, tu rostro impasible, como dormido, tu boca entreabierta sin emitir ningún quejido, ni siquiera un respiro. Estabas muerta, y te veías hermosa.
Dieron las doce en punto. Me incliné sobre tu cuerpo y apoyé una rodilla en el suelo. Tomé tu mano, fría como el metal en invierno, flácida como la leche cayendo, suave como aquel abrigo de terciopelo. Con las yemas de mis dedos rocé tus labios, que adquirían un color violeta intenso. Tu cabello cayendo en hermosos caireles negros sobre tu pecho desnudo. Tu abdomen, tu ombligo, tu vientre. Tus piernas. Toda tú, estabas hermosa.
Te tomé entre mis brazos y en tu espalda sentí humedad, un líquido tibio chorrear de tu cadáver: sangre. Y una herida en tu espalda, un cuchillo entre las hojas y la tierra y mis manos manchadas, y tú te veías hermosa.
Dejé tu cuerpo sobre mi cama, mis sábanas se empaparon, el deseo incrementó al ver cómo tu cuerpo se calentaba con el roce del mío. Tus mejillas adquirieron un color rosado y el violeta de tus labios desapareció. Tus párpados se entreabrieron mostrando tu mirada gris. Tu mano juguetona acarició mi mejilla.
Estabas viva, pero no hermosa.
Tomé el martillo del suelo y sin pensar lo azoté en tu cabeza. Con la punta de mis dedos sentí el líquido vital fluir a través de tu cráneo fracturado. Y tu mirada estaba vacía, y tu cuerpo inerte. Estabas muerta y te veías hermosa.


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