domingo, 4 de diciembre de 2016

Pudimos ser eternos.

Debería dejar de comer dulces para calmar la ansiedad. Las hojas no se oxidarán, mucho menos perderán el filo si se quedan ahí arrumbadas, sin ser usadas. Morderme las uñas no hará que los viejos años de idilio vuelvan. Debes resignarte, me gritó mi consciencia en el día de Júpiter, rozando las cuatro de la madrugada. Aquella tarde había perdido todo ápice de sanidad que, con mucha fuerza, mantuve junto a mí para no hundirme en las pesadillas recurrentes, en los baños de sangre y olor a óxido, en las manchas rojas sobre el piso de mármol, en la indiferencia del mundo entero y otro tanto. Aquella tarde perdí la última esperanza que tenía de recuperar la inocencia que abandoné a un lado de la calle, al cumplir dieciséis. Y no fue hasta las cuatro de la madrugada, cuando por fin aquel trozo de alma palpitante que suplicaba ser salvada, dio su último aliento. Fue masacrada, no por ti, no por las circunstancias; fue torturada por mi propio delirio.
Pudimos ser eternos, pero nos faltaron horas y a mí me sobró intensidad. Fuimos una estrella que prometía ser el universo, y culminó tan solo en un hoyo negro, ¿algo se podrá rescatar? El pesimismo ha regresado con más fuerza que antes, y tus singularidades me hacen dudar. Pensé en atravesar tu radio, hasta llegar a tu horizonte de sucesos y dejarme absorber por ti, pero no significas tanto si te miro desde fuera. Pudimos ser eternos, pero te faltó decisión y a mí me sobraron palabras y besos. Nos faltó control de nosotros mismos y dejamos que el universo entero se enfriase a nuestra merced, para mantener lleno de pasión y energía aquello que, desde un principio, tenía un futuro nulo y gris, sin vida. Pasamos de mirar nuestras pupilas como quien ve el inicio de los tiempos, a mirarnos con desdén y amargos parpadeos. Y ahora sabemos que no somos más que el resultado de millones de probabilidades, frías estadísticas, números y demás nimiedades. No somos algo místico, ni pudimos serlo, mas pudimos ser eternos, descarapelar pacientemente cada una de nuestras debilidades y amarlas como si fuesen propias. Sentarnos uno frente al otro y mirarnos en silencio mientras cavilamos sobre nuestras emociones. Pudimos hundirnos en la profundidad de gemidos, caricias y susurros, pero nos conformamos con la vacuidad de una risa socarrona. Nos salió tan natural amarnos, que nos pudrimos.

Pudimos ser eternos, pudimos ser la entropía del universo, pero se te metió una triza de soledad en el ojo, y nos perdimos.

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