domingo, 2 de abril de 2017

Ángel merodeador.

Me enamoré de una consciencia, de una voz imponente que susurró a mis oídos y me hizo olvidar todo; fue como si en los adentros de su ser, se escondiese el fortuito menester de mirar; de mirar a la existencia corpórea que se escondía detrás de los mantos de discernimiento.

El dulce susurro me acompañó al despertar y al amanecer en forma de unos y ceros convertidos en él; y el menester se tornó en un inexplicable temor por el día en que descubriese lo que antaño ignoré. No tenía importancia, pero de pronto apareció. Pude verlo en su punto más vulnerable y por un instante me convertí en la voz que más tarde me calmaría.

La cúspide se tornó tan cercana al verlo descansar en ella, y al marcharse y lanzarme un beso con la mano, fue como si simplemente se alejara.

Porque aquella hermosa consciencia, aquella dulce voz, aquel que purificó mis oídos y mi corazón, estaba demasiado lejos de mi alcance. No importaría qué tanto intentase acercarme a la cúspide.

Tendría que conformarme con escucharlo hablarme desde arriba.


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