viernes, 25 de septiembre de 2015

Campos de flores rojas

Septiembre. Las hojas se tornan amarillentas y caen dejando desnudo el árbol del jardín trasero.
Mamá dice que no es un jardín por el simple hecho de no parecer uno, pero hay una pequeña mata de flores moradas. Las florecillas también se están secando.
No me gusta el otoño. Me deprime ver a las plantas despedirse de su verdor. No es como en invierno, que la resignación de la fauna ya está más que asentada, y que los campos de nochebuenas se tiñen de rojo.
Hay un pequeño árbol de magnolias en el jardín de la abuela. Ella solía regarla a diario. La tierra siempre está húmeda a pesar de que en su casa no habita nadie desde que ella murió. En otoño, la magnolia no se seca. Y cuando caen las heladas, no se pudre.
No me gusta septiembre. Me deprime ver cómo la fauna pierde su pelaje. Me deprime sentir el viento impregnado de polvo sobre mis mejillas.
Cuando estamos a mediados de septiembre, la melancolía crece tanto que una sensación de irrealidad me invade. Siento como si no estuviese despierta. Olvido quién soy y, a veces, busco el invierno rasgando mi piel con espinas. En invierno los campos de nochebuenas se tiñen de rojo. A mediados de septiembre busco el invierno rasgando mi piel con espinas.
Septiembre no es un mes agradable. El inicio del otoño es gris, insípido. El aire me raspa la garganta y es lo único que puedo sentir. Rasgo mi piel con espinas buscando sentir. Buscando convencerme de que estoy viva.
En septiembre me dan ganas de cerrar los ojos y abrirlos en diciembre.
Debo dormir. Rasgaré mi piel con espinas, buscando el amanecer de los campos rojos en diciembre. Quiero despertar en el campo de nochebuenas, y sentir de verdad que estoy sangrando.
Septiembre, hasta nunca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario