Me encanta el olor a madrugada. Es un olor fresco y
relajante. Es un olor impregnado de hojas y flores, y rocío y suspiros.
Oler la madrugada me recuerda al olor de aquella vez en que
estuvimos juntos. Y que te reías, y que disfrutabas, y que te estremecías con
el roce de mis manos.
Cuando huelo la madrugada puedo sentir la frescura del pasto
sobre mi espalda desnuda. E imaginar el tacto de tus manos revoloteando en mi
cintura. Oler la madrugada es como tocar las venas de tu cuello y del dorso de
tu mano. Como morder la manzana de Adán que sobresale coqueta en tu garganta.
El canto de los grillos y el olor. Y tú y yo riendo, y quizás
un beso, y quizás algo más, y tal vez sigues aquí, y yo no me he dado cuenta.
El olor de la madrugada me ayuda a abandonar mis pesadillas y me arroja en un
mar de recuerdos en el que sólo estás tú. Puedo ver con tranquilidad el iris de
tus ojos y perderme en el color que tienen, como de tierra iluminada por un
rayo de sol. Puedo perderme en la negrura de tus pestañas, puedo perderme en la
humedad de tu boca.
Podría estar en ese lugar por el resto de mi vida.
No, no hueles a madrugada. La madrugada huele a ti. La
madrugada tiene estampada tu esencia. O tal vez sea yo. Quizás sea el hecho de
que no abandonas mis pensamientos.
La madrugada huele a ti, a tus manos, a tus ojos, a tu risa
descarada. Y al salir al jardín pasadas las dos, puedo sentirte, escucharte y
verte con tan sólo oler el pasto.
Porque la madrugada, y el día y la noche huelen a ti.
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