lunes, 21 de septiembre de 2015

Vigilia

Me encanta el olor a madrugada. Es un olor fresco y relajante. Es un olor impregnado de hojas y flores, y rocío y suspiros.
Oler la madrugada me recuerda al olor de aquella vez en que estuvimos juntos. Y que te reías, y que disfrutabas, y que te estremecías con el roce de mis manos.
Cuando huelo la madrugada puedo sentir la frescura del pasto sobre mi espalda desnuda. E imaginar el tacto de tus manos revoloteando en mi cintura. Oler la madrugada es como tocar las venas de tu cuello y del dorso de tu mano. Como morder la manzana de Adán que sobresale coqueta en tu garganta.
El canto de los grillos y el olor. Y tú y yo riendo, y quizás un beso, y quizás algo más, y tal vez sigues aquí, y yo no me he dado cuenta. El olor de la madrugada me ayuda a abandonar mis pesadillas y me arroja en un mar de recuerdos en el que sólo estás tú. Puedo ver con tranquilidad el iris de tus ojos y perderme en el color que tienen, como de tierra iluminada por un rayo de sol. Puedo perderme en la negrura de tus pestañas, puedo perderme en la humedad de tu boca.
Podría estar en ese lugar por el resto de mi vida.
No, no hueles a madrugada. La madrugada huele a ti. La madrugada tiene estampada tu esencia. O tal vez sea yo. Quizás sea el hecho de que no abandonas mis pensamientos.
La madrugada huele a ti, a tus manos, a tus ojos, a tu risa descarada. Y al salir al jardín pasadas las dos, puedo sentirte, escucharte y verte con tan sólo oler el pasto.
Porque la madrugada, y el día y la noche huelen a ti.


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