lunes, 2 de febrero de 2015

Antesala.

No te diré "adiós" como la última vez porque me es imposible que todo sea definitivo cuando se trata de ti...
Hay cosas en la vida que sabemos que están mal y sin embargo, las seguimos haciendo. Llámese atracción hacia lo prohibido, llámese rebeldía, llámese ignorancia, maldad... o amor. 
Antes de todo, antes de el deliberado hurto de cadáveres y sesiones de brujería, hubo una historia, la historia de cómo Carlos y Azalee pasaron de ser una pareja de enamorados a dos asesinos despiadados.
Esa tarde ella pensaba en él más que otros días. Pensar en él le hacía sentir bien, despejaba el mar de preocupaciones que tenía en la cabeza.
Hubo un tiempo en el que se sentía poco interesada en lo que debía realmente interesarle. Le faltaba un año para graduarse de la preparatoria, y sentía que no le importaba más. Su familia también pasaba desapercibida, su pareja a veces le hacía sentir mal, rechazada, triste. Aunque él no quería lastimarla. Lo hacía sin querer, porque de verdad la amaba. Pero a veces dolía. Se lastimaban mutuamente, pero buscaban siempre una solución. Y la encontraban, o al menos eso creían, ya que después de una o dos semanas, todo volvía a ser igual.
Entonces, un día sucedió. En la distancia lo encontró, sin verlo lo conoció. Era algo muy complejo, más que trigonometría avanzada. Y claro que trigonometría avanzada era una cosa muy difícil.
Al principio, le pareció una persona agradable. Se identificaba con él porque ambos compartían el amor a la literatura y a la música, pero luego... fue más allá de eso.
No supo ni cómo ni cuando empezó todo el sentimiento. Un pensamiento le invadía la cabeza a cada momento "Lo tuyo con él será algo grande".
Sus corazonadas nunca estaban equivocadas. Ella sentía que algo habría entre ellos. Algo fuerte. Fue cuando empezó a pensar en él desaforadamente, cada día, cada noche, su nombre haciendo eco en su mente...
"Carlos, Carlos, Carlos, Carlos..."
No podía más. Nunca fue una chica discreta, y se lo dijo. Le dijo lo que sentía. Él, naturalmente se sintió acorralado, no entendía cómo alguien podía sentir algo por él, estando tan lejos uno del otro y con tan poco tiempo de conocerse. Además sentía que Azalee sólo estaba confundida o que sería un amor pasajero y no quería fiarse mucho. Pero la personalidad de Azalee le hacía contradecir sus instintos.
Lo que Carlos no sabía, era que ella era diferente. Algo mística. Su mente era algo compleja, y a veces poderosa. Tenía la capacidad de sentir o saber cuando alguien era malo o bueno, tenía corazonadas muy acertadas, y lo suyo con Carlos era una de ellas.
Sentía que lo quería, sentía que él era un tipo diferente, que a pesar de estar sumido en una mísera vida, podía hacer algo con ella. Algo grande. Lo sentía, lo "veía" venir de cierto modo.
Cierto día Azalee cocinaba sopa de fideos. Casi olvidó ponerle sal, por pensar en él. Se recargó en la pared de la cocina y tomó el teléfono celular para seguir hablando con él.
A Carlos también le gustaba ella. Se lo dijo, ella, cual niña pequeña brincó de emoción, gritó y apretó los ojos rogando por que no fuera un sueño.
Cada que mandaba un mensaje, él tardaba en responder. Ella pegada a la pantalla del teléfono, expectante. Casi se le quemó la sopa.
Esa tarde ella y su novio se vieron. Ella estaba mal, tenía un tiempo deprimida o estresada. Y no era por la confusión de Carlos, el problema venía desde antes.
A veces sentía que debía de dejar a su novio. A veces no se sentía bien, creía que le hacía daño. Y con Carlos ahora, la oferta era más tentadora. Pero había algo que no la dejaba terminar con él.
Y era difícil. Es difícil tener a dos personas en el corazón. Ella odiaba sentir esa sensación. Al estar con su novio, él quería besarla, pero ella pensaba en Carlos, y no estaba bien eso, ¡simplemente era malo, incorrecto, malo!
Pero inevitable.
Y lo besó, y tal vez ocurrió algo, pero no sintió mucho.
Pensaba en Carlos, en mil tonterías que planeaba en sus tiempos de ensueño.
Deseaba irse de su casa, lejos, buscarlo y estar juntos, aunque fuera en la calle, debajo de un puente. Deseaba estar a su lado, aunque fuera demasiado pronto. Pero luego pensaba que si él le ofreciera esto, no sabría si aceptarlo o no. No sabía si tendría el suficiente valor para hacerlo.
Deseaba tanto cumplir una fantasía musical, los amantes de la demolición. Sentía que Carlos era su "plus" en ese aspecto. Se le ocurría que ellos dos podían huir, escapar, dejar sus nombres, sus familias, sus metas, y escapar, todo en una lluvia de balas...
Bastante improbable. Pero tentador. Huir como dos asesinos, morir juntos al ser casi atrapados por la justicia y hacerse compañía en el más ardiente infierno, donde sus almas se fundirían formando una sola por toda la eternidad.
Sueños raros, nada más. Pero al fin y al cabo, posibles, si se deseaba.
Soñaba con compartir eso con él. A pesar de la distancia y las circunstancias de miseria y abandono en las que él se encontraba. A pesar de eso y más, sentía que si pasaban el suficiente tiempo juntos, su mutua atracción se convertiría en amor. Un amor extraño, lejano, secreto amor.
Porque no podía sacarlo a relucir, no. No todavía. Debía estar segura que Carlos la querría igual. Así ella sabría si dejar o no todo, si abandonar o no su vida, para entregarse en cuerpo y alma a Carlos, su amante de la demolición.
* * * 
En la lejanía, pudo ver su silueta acercarse con suma lentitud. El sol estaba a punto de ponerse entre las colinas, las primeras estrellas se asomaban con timidez en el firmamento.
Ella lo esperaba en lo más alto del puente. Carlos llegó por atrás, tomó su mano. Ella se giró, al ver su sombra sonrió.
Él le preguntó si estaba lista. Azalee asintió con seguridad. Caminaron tomados de la mano, escuchando correr el río de sangre.
Llegaron a la calle de siempre, apodada con razón de sobra, "La calle de los asesinos silenciosos". No había vigilancia, hasta los policías temían a los amantes de la demolición. Por lo tanto, la única manera de no morir asesinado en esa calle, era simplemente no pasar por ahí.
Carlos sacó un cuchillo de su abrigo. Ella sonrió mirando la mancha de sangre seca en el filo. Él se acercó e hizo una pequeña incisión en su labio, luego la besó saboreando la sangre. La atrajo con fuerza pegando su frágil cuerpo con el suyo, mezclando su aliento y su saliva sangrienta y su sed de muerte.
Unos pasos temerosos interrumpieron el compás de sus apasionados y sangrientos besos. Carlos preparó el arma, y cuando el hombre pasó por el callejón, Carlos le clavó el cuchillo en el costado.
El hombre gritó, los amantes no escuchaban. La víctima cayó al suelo, débil. Ella cargó el revólver y terminó con el sufrimiento de aquel hombre.
El sonido del arma hizo un eco en la calle desierta. Nadie salió de su hogar para ver si podía ayudar en algo.
Eran imparables.
El hombre quedó tendido en la acera. La sangre escurrió hasta llegar a una alcantarilla.
Y luego al río de sangre.
Los asesinos volvieron al puente. Miraron nadar los peces entre el líquido carmín. Carlos la miró a los ojos y susurró "Hasta el final de todo".
Ella agachó la cara, mientras sonreía. Carlos la hizo mirarlo y repitió muy cerca de sus labios aún sangrantes "Hasta el final de todo..."
   * * *
La noche se volvía su hora habitual de amarse. En el día, preferían dormir. O tal vez esconderse.
En el día Carlos era un escritor. Ella, una pianista.
Nadie sospecharía de un par de artistas anónimos. Nadie.
Las ventanas del departamento estaban tapadas con cartón para no dejar entrar la luz.
Una rata se paseaba por el pasillo, Carlos le dio un pedazo de queso. Azalee tocaba el piano. Escuchó sus pasos acercarse, sonrió. Casi no hablaban, preferían sentir. Reservan el sentido del oído para la música. Ni siquiera al asesinar escuchaban las súplicas de sus víctimas, ni el gotear de la sangre, ni los gritos de los transeúntes, que sólo veían dos sombras armadas en el callejón.
Carlos llegó detrás de ella y posó las manos sobre sus hombros. Acercó la mejilla a su cabello corto y besó su oreja provocándole un escalofrío, y encogió un hombro. Carlos la hizo girar y tomó su cara entre las manos. Se acercó a besarla. Saboreó el sabor a sangre que tenían sus labios.
¿Cómo habían llegado a eso? No recordaban. Sólo les importaba estar juntos y saciar su sed de sangre cada noche, cuando el silencio reinaba en las calles, y en sus oídos.
La primera vez que se vieron en persona fue una reunión poco común. Tenían ya tejida una relación a distancia desde hacía meses, todo en secreto.
Planearon huir juntos, dejar sus nombres y sus vidas. Y estar juntos, hasta el final de todo.
No recordaban cómo habían llegado al extremo de ver el asesinato como un pasatiempo. Tal parecía que ser asesinos era como un sueño para ellos. Como una meta.
Su primera reunión fue al principio algo romántica. Nunca se habían visto en persona. Y al hacerlo, se abrazaron hasta sentir dolor. Sus labios intentaban encontrarse torpemente. Poco a poco el encuentro perdió la inocencia. Se mordieron con ahínco hasta saborear la sangre.
Parecía ser un combustible.
O un detonante.
Estimulante.
Sin separarse tomaron un taxi. Pidieron al chofer los llevara hasta los límites de la ciudad. Él, inocente y creyendo haber encontrado una buena comisión, condujo hasta el lugar que los amantes le indicaron.
Estando allí, Carlos dejó de besar a su querida. Ella, pareciendo leer su mente, sacó un cuchillo de su bolso y se lo dio a su amado. Degolló al chofer. El taxi perdió el control y se fue a estrellar contra un árbol.
Bajaron del auto y escondieron el cadáver en el portaequipaje. Condujeron sin rumbo, abandonaron el taxi al tercer día y robaron otro auto. Y otra vida.
Cambiaban de coche cada tercer día. Tomaban el dinero de las víctimas y con eso compraban comida, o alquilaban una habitación en algún hotel de paso.
Hubo un momento en el que no sabían en donde estaban. Era una cuidad grande, pero con pocos habitantes. Decidieron quedarse ahí. La gente se veía dócil y cobarde. Sin voluntad. Y ahí, en esa ciudad, comenzaron con su reino de sangre y asesinatos. Eran felices. Matar los hacía sentir plenos.
Pero Carlos sabía que si perdía a su querida, su labor no podría ser terminada satisfactoriamente. Por eso la cuidaba mucho. Azalee era una mujer fuerte e inteligente, pero impulsiva. La sangre la enloquecía, y Carlos le ayudaba con eso.
Eran un buen equipo. Y se amaban. Y Carlos siempre le prometió que estarían juntos toda la eternidad. Que si uno de los dos moría, el otro lo acompañaría.
Hasta el final de todo.
* * *
La había buscado desde hacía años. Ella había sido suya primero, y Carlos se la había robado.
Cuando escuchó de "La calle de los asesinos silenciosos", inmediatamente se dio cuenta que eran ellos. Se dedicó a buscarlos, a observarlos durante meses...
Tejió su plan con cautela y sumo cuidado. Cuando vio a los amantes salir de su escondite para hacer su labor nocturna, Cristian se dirigió a la calle donde los asesinos silenciosos iban cada noche. Usó una gabardina y un sombrero para ocultar su identidad. Caminó asegurándose de que sus pasos eran lo suficientemente quedos para no ser escuchados. Se asomó por el callejón, los amantes se besaban con desespero, pudo ver sangre escurrir de sus bocas.
Un mal movimiento de su pie hizo crujir una piedra, los amantes se separaron y miraron al extraño que los miraba desde la entrada al callejón.
Ella sonrió y sacó su cuchillo. Carlos quiso detenerla.
     —Este es para mí—dijo zafándose de su agarre. Caminó con seguridad. Cristian no se movía de ahí. Al estar ella frente a él, y estar a punto de clavarle el cuchillo en la cara, él la detuvo con fuerza. Dejó ver su mirada y con ella le hizo la advertencia:
     —Si no eres mía, no lo serás de nadie.
Luego se echó a correr. Ella se derrumbó al reconocer esa mirada. Carlos fue por ella y la levantó, diciéndole que todo estaría bien.
Presurosos, llegaron a casa. Empacaron lo poco que tenían. No se habían casado. Carlos aprovechó para pedírselo, ella se puso un vestido blanco y largo.
No acabaría. Lo suyo no tendría final.
Cristian los esperaba en la entrada, con el arma cargada. El cartucho de repuesto jugando entre las manos. La sonrisa de placer bajo el sombrero.
Carlos salió primero, por seguridad de su amada. Y al abrir la puerta y luego girarse para verla por última vez, Cristian le disparó en la nuca. Carlos murió instantáneamente.
Ella se tiró de rodillas, mirando el cadáver sonreír. Sus manos estaban llenas de sangre. Miró a Cristian, había guardado el revólver. En su lugar un filoso cuchillo. Con la mano "limpiaba" el filo, causándose heridas en donde doblan los dedos. Se acercó a ella y antes de hacer nada, le dijo al oído:
     —Sin un sonido...
Le cortó el cuello con facilidad. Miró cómo se desangraba en sus brazos. Dejó caer el arma blanca y se dio un tiro en la cabeza.
Sin un sonido...
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