lunes, 2 de febrero de 2015

Persuasión

Encontrar a Don Jaime Boutier no fue fácil, tuvo que dar primero con la localización de un grupo de vampiros cerca de Francia.
Pero, ¿cómo haría para que estos vampiros no le asesinaran? No se puso un collar de ajos ni mucho menos, lo que hizo Cristian fue recurrir a los libros de magia negra y hechicería de su madre, y contactar con Manceb, el encargado de vigilar y mantener en orden el secreto milenario de los vampiros. Hizo un pacto de carne con él, para esto tuvo que sostener relaciones sexuales con un súcubo, un ser asqueroso con cuerpo despampanante de mujer, pero con la piel escamosa, ojos de reptil, uñas como garras y colmillos filosos y grandes. Siddarta, la súcubo, lo acompañaría en su travesía, cuidándolo de no ser devorado por los vampiros.
Así, al llegar a Francia y preguntar por Don Jaime Boutier, los vampiros le dieron su localización sin chistar. Cristian y Siddarta fueron a Madrid, donde aquel vampiro, antepasado del Marqués de Boutier, había mordido a Carlos Alvarado algunos siglos atrás.
 —Dime, mortal—dijo el vampiro, un hombre tremendamente guapo, con los ojos color rojo, la piel pálida y el cabello ondulado hasta los hombros. Estaba sentado en un trono hecho con osamentas humanas, con dos vampiras desnudas en cada lado, dándole toda clase de placeres—. ¿A qué debo el honor de tu visita?
 —Usted tiene la respuesta a mis preguntas, señor—respondió Cristian con voz firme, haciendo una reverencia, Jaime sonrió ante esto—. Lo he buscado durante años, he estado escudriñando y tejiendo teorías y llegué a una conclusión.
 —Adelante, te escucho.
 —Usted, en el siglo XV, fue liberado por un hombre.
 —Eso es cierto, ¿cómo no recordarlo?—dijo Jaime con una pequeña y siniestra sonrisa—. Dime, ¿quién te dio esa información?
 —Manceb me permitió leer el libro de Lodhart, señor—respondió el joven educadamente. Lodhart fue el primer vampiro que se cuenta que existió. Fue prácticamente el historiador de esta especie. En el libro de Lodhart se encuentran las vidas de los 300 vampiros esparcidos por el mundo, incluyendo a Azalee y Carlos; además describe el proceso de metástasis, y lo más importante: la forma de matar a un vampiro.
 —Debes de ser realmente especial para que Manceb te hubiese permitido leer algo tan importante—dijo Jaime tamborileando las recargaderas del trono con las uñas largas y puntiagudas.
 —Puede ser, señor. Y con todo respeto, le digo que no vine a hablar de mí, sino del hombre al que usted mordió, Carlos Alvarado.
Jaime soltó una risa.
 —¿Qué quieres que te diga?—espetó burlón.
 —Yo quiero vengarme de él, pero necesito las armas—respondió Cristian. Jaime asintió con la cabeza.
 —En otras circunstancias no le habría permitido a un simple mortal terminar con la existencia de uno de los míos, pero... tú no eres tan simple ni tan mortal como pareces.
Bajó de su trono y caminó lentamente hacia el joven detective y lo analizó con la mirada.
 —Acompáñame, tengo algo que te servirá...
La estadía de Cristian en el castillo de Don Jaime se prolongó más de lo pensado, pero el joven salió con más información, con armas, prepración y... un par de ases bajo la manga.
Carlos y Azalee se volvían cada vez más locos, el último crimen que cometieron antes de ser encontrados por nuestro detective fue de lo más sádico.
Secuestraron a cinco niños, los encerraron en su hogar temporal, alejado de toda civilización. Tomaron a uno de los niños y con su fuerza sobrehumana, le arrancaron las extremidades y bebieron la sangre que emanó de ellas. A los restantes, los colgaron de las piernas y los degollaron, dejando previamente unas cubetas debajo.
Luego de un rato, cuando los cuerpos estuvieron vacíos, Carlos vació la sangre en la bañera.
Azalee estaba dentro, se dejó empapar del líquido carmín, bebiendo un poco de él, untándolo en su cuerpo, en sus pechos, en su vientre...
Carlos entró dificultosamente a la bañera, subiendo el nivel del agua un poco.
Ya ahí, tomó a su amada por la cintura y la sentó encima suyo, dejando entrar su ferocidad dentro de la de ella, con movimientos fuertes y rápidos comenzaron a disfrutar de su sangrienta cópula. Ella encajó sus uñas sobre la espalda de su amado, dejando heridas profundas que sanarían enseguida. Y al terminar salieron de la bañera, caminando entre los restos de los inocentes, sin ropas y sientiéndose libres, se fueron de su escondite y caminaron sin rumbo fijo durante semanas, cazando animales y algunos hombres que se cruzaban en su camino.
* * *
Al terminar siempre sus crímenes y cópulas sangrientas, gustaban de dormir. Y a veces su sueño se prolongaba durante días enteros.
Ese fue su error.
Cristian los rastreó durante mucho y al final pudo encontrarlos. Supo de la desaparición de diez niños en un mismo condado y se dio a la tarea de investigar. Como todo buen detective, tuvo sus deslices y fallos, pero al cabo de unos días dio con el paradero de los vampiros.
Observó la casa desde lejos, arriba de una colina, con unos prismáticos potentes. No había movimiento alguno en ella pero podía olerlos. Él sabía que estaban allí. Luego de pensárselo durante mucho, decidió acercarse con ayuda de Siddarta.
La súcubo se deslizó por el suelo cual serpiente, acercándose sigilosamente a su destino. Al estar frente a la puerta del refugio de los vampiros se incorporó y la abrió cuidadosamente, esos malditos chupasangre tenían el oído muy fino.
Pero la puerta no rechinó y el piso de madera no crujió al pasar ella por encima, todo estaba tan silencioso que incluso el mismo silencio podía escucharse si se prestaba atención.
Cristian caminó hacia el refugio una vez que notó que Siddarta estaba dentro, aunque sus pasos eran un tanto más torpes que los de la súcubo. Temió que los amantes escucharan sus pasos, pero esto no sucedió.
Entró a la habitación siguiendo las pisadas rojas plasmadas en el suelo de madera, y antes de girar el picaporte pensó:
—Ya me las pagarás, Carlos Alvarado.


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