lunes, 2 de febrero de 2015

Madurez

El pequeño Cristian creció rodeado de amor y cuidados por parte de Katia, su madre. Acudió a una escuela y sacaba las mejores calificaciones. Era querido por todos, pero a él le era indiferente. Era un niño solitario y hermético, encerrado en su propio mundo.
En su adolescencia se la pasaba leyendo novelas policiacas, de detectives, cosas misteriosas. Hubo un tiempo en el que sus sueños extraños y los espectros que lo acompañaban llegaron a mezclarse, alterando la realidad.
Cristian se enamoró de la mujer que aparecía en sus sueños, creyó que ésta había sido obligada a ir con aquel sujeto de ojos color miel. Sentía que estaba viva, y se prometió a sí mismo buscarla y liberarla de quien creía su verdugo.
Tenía el recuerdo de aquella tarde en que los amantes habían sido asesinados, pero en su memoria no podía verse a sí mismo, por lo que no sabía que quien había perpetrado tremenda masacre había sido él.
A pesar de estar consciente de que Azalee estaba muerta, sentía que no era así, de alguna forma.
Pero tendría que investigar muy bien, y no limitarse a sus novelas de misterio.
Carlos y Azalee, aprovechando sus dotes de vampiros, recorrieron el mundo matando gente sin ser atrapados. Cierta vez les dispararon, recorrían el desierto de California en un Mercedes blanco y unas armas extrañas, como de láser, les dispararon. El auto chocó contra un árbol seco y explotó. La policía creyó haber terminado con ellos pero no había sido así. Cuando se retiraron para buscar a los bomberos para que apagaran el fuego, los cuerpos ardientes de los amantes salieron del coche, caminaron hasta encontrar una carretera. El fuego se extinguió y los redujo a dos figuras humanoides, quemadas y negras.
Como pudieron, detuvieron un auto y asesinaron al conductor, quien pereció creyendo que lo habían matado un par de monstruos.
Los amantes se llevaron el auto y al cadáver en la cajuela. Su piel tardó en regenerarse completamente alrededor de dos meses, así que no podían simplemente mostrarse ante la sociedad. Bebieron la sangre del hombre hasta dejarlo seco y lo tiraron en el Gran Cañón.
Condujeron sin rumbo hasta llegar a un pequeño pueblo rodeado de un bosque.
Se escondieron entre los árboles del bosque hasta que sanaron sus heridas, consiguieron algo de ropa, la robaron a las víctimas que asesinaban.
Ahora la policía estaba segura de haber atrapado a los asesinos silenciosos, ya que los crímenes consiguientes que cometieron los amantes, fueron variados. La policía no sospechaba de ningún asesino serial. Los encabezados decían cosas como:
Destazan cuerpo a las afueras de la ciudad de...
Encuentran cadáver desnudo en las inmediaciones del poblado de...
La policía no consigue pista alguna...
Asesinan a mujer, la decapitan y tiran al río...
Habían sido un poco más creativos —y sádicos— a la hora de matar, lo cual les beneficiaba sobremanera en varios aspectos.
Pero había alguien que no se tragaba por completo esta historia, el pequeño Cristian, ahora convertido en hombre, había estado siguiéndoles la pista.


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