lunes, 2 de febrero de 2015

Metástasis

Carlos descansaba sentado sobre la orilla de la cama. En su mente rondaban toda clase de pensamientos, pero había uno que lo preocupaba sobremanera, y era la «transformación» de su amada.
La mujer aún no estaba completamente vampirizada, era cierto que estuvo inconsciente durante tres meses, pero eso no había bastado. En ese tiempo en que estuvo dormida, su cuerpo cambió, la piel se le cayó, sustituyéndose por otra capa de piel más gruesa, aunque del mismo color.
Carlos había tenido que soportar ver todo este cambio, y aún venía lo peor. Según lo que recordaba de su propia transformación, el tiempo después de su inconsciencia fue lo peor de la metástasis. No sabía si tendría las suficientes agallas para ver a su amada sufrir de esa manera tan fea.
Una parte de él intentaba ignorar estos pensamientos pero le era en realidad difícil hacerlo, pues tenía que prepararse psicológicamente para lo que venía. Ya estaba bastante estresado por todo lo que había hecho luego de que Cristian los «matara», el recuerdo era fresco...
Cuando Cristian se disparó, Azalee seguía viva, aunque esto no sería por mucho tiempo, la herida en su cuello la estaba desangrando. Carlos se levantó del suelo, el agujero de la bala que penetró en su nuca se estaba cerrando, y ahora debía hacer algo para que su querida no muriera.
La tomó por los hombros y la abrazó, intentando no llorar. Debía ser fuerte. Apretó los ojos, lo que iba a hacer no sería fácil para él. La mordió en  el cuello, casi debajo de la oreja derecha, hizo lo que estuvo en sus manos para no herirla, pero los quejidos que la mujer emitía le decían que no lo estaba logrando. Pero al menos estaba viva. Cuando sintió que sería suficiente, dejó el cuerpo en el suelo, le dio un beso en la frente y se marchó. Debía preparar todo.
Vagó durante dos semanas alrededor de la metrópolis, buscando algún tipo de refugio. Encontró un edificio abandonado y casi en ruinas, decidió tomarlo como un hogar temporal en lo que la metástasis de Azalee terminaba. Fue por ella a la morgue con el temor de que ya hubiese sido enterrada, pero para su fortuna su amada seguía ahí. Se sentía feliz de que ambos fueran ahora no-muertos, así su amor duraría por siempre...
Azalee llegó por detrás de Carlos y lo besó en el cuello, luego se situó frente a él y abrió las piernas para sentarse sobre las de Carlos, frente a frente. Le enredó los brazos alrededor del cuello y rozó sus labios con los suyos, abriendo un poco la boca para dejar entrar la de Carlos. Él se olvidó por un momento de sus preocupaciones y atrajo el cuerpo de su amada al suyo, abrazándola por la cintura. Se besaron despacio, pero después la lentitud se convirtió en ferocidad y los besos en mordidas, se arrancaban trozos de carne de los labios y el cuello, en fin, de todas formas se iban a regenerar... Se rompieron mutuamente las ropas hasta quedar al descubierto sus cuerpos desnudos, y en la oscuridad de la habitación reanudaron el mórbido acto sanguinolento.
Mancharon las sábanas percudidas del líquido carmesí que emanaba de sus heridas, ella rasgó las sábanas con sus propias uñas al tener dentro suyo la ferocidad de su amado, se hundieron en el vaivén de caderas mientras rugían cual leones en pleno apareamiento.
Al amanecer, ya estaban exhaustos, las heridas casi cerradas en su totalidad. Nadie los detendría, nada sería lo suficientemente fuerte para terminar con ellos. Nada.
El cansancio los hizo quedarse dormidos, abrazados y con las piernas entrelazadas, cubiertos con aquellas sábanas manchadas de rojo.
Carlos despertó por el fuerte ruido que provenía del cuarto de baño, era Azalee, quien parecía estar vomitando. Sin pensarlo más se levantó de un brinco y corrió hacia el baño; la miró desde el umbral, estaba encorvada frente al inodoro, su espalda haciendo movimientos al compás de sus arcadas, los brazos temblándole sobre el asiento del retrete. Temeroso, se acercó a ella y lo que vio le heló la sangre: arañas vivas salían de la boca de Azalee en forma de vómito, eran cientos de ellas, algunas caían al agua y otras se le subían al cuerpo y se enredaban en su cabello corto. Carlos no supo que hacer más que dar suaves palmadas a la espalda temblante de Azalee. No recordaba bien lo que él había pasado en su transformación, pero al ver esta escena, su memoria se refrescó un poco.
Luego de unos minutos, Azalee dejó de vomitar. Se abrazó al cuello de Carlos, quien pudo sentir su cuerpo temblar sobre el suyo. Rodeó su espalda con los brazos y le dio palabras de aliento.
Vas a estar bien...
* * *
Mientras tanto Katia Ugalde, la bruja que reencarnó el alma de Cristian en el cuerpo del bebé, cuidaba del mismo con un cariño inmenso.
Katia había sido amiga de Cristian en el pasado, pero por azares del destino se separaron, y ella jamás pudo decirle lo que sentía por él. Cuando supo que la novia de su amor imposible se había extraviado, Katia se acercó más a Cristian sin que éste se diera cuenta; lo observó y cuando cometió su macabra venganza, ella estuvo ahí para verlo todo.
Los dotes de brujería negra los aprendió de su madre, una tal Magdalena Gutiérrez, que era vidente y además hacía trabajos de magia negra. Katia heredó todos los conocimientos de su madre, aunque creía que jamás los iba a necesitar. No se imaginaba que aquel pacto con Obscuritatem le iba a ayudar tanto.
Mientras el cuerpo del niño aceptaba el alma de Cristian, ocurrieron una serie de  aterradores cambios para muchos, pero para Katia eran algo normal. Había estudiado todo lo relacionado con el trabajo que hizo, y estaba preparada para lo que venía. El bebé no lloraba mucho, pero cuando lo hacía su llanto era profundo y agudo, además molesto para el oído humano, podía escucharse a varias calles de distancia. A veces los ojos cafés del niño se tornaban rojos y con un toque tenebroso, muchas veces el bebé pronunciaba palabras en un idioma extraño. Cuando esto último pasaba, quería decir que espíritus malignos intentaban poseer el cuerpo dado su estado vulnerable, pero Katia sabía perfectamente cómo lidiar con esto.
Pasó un mes, y el pequeño mejoraba considerablemente, aunque los acontecimientos extraños no cesaban. Katia pensó en  ponerle un nombre nuevo, pero Cristian le gustaba. Eso sí, lo registró debidamente y le dio su apellido. El pequeño ahora se llamaba Cristian Ugalde.
Cierto día despertó en la madrugada llorando desconsolado, cuando Katia se aproximó a él, vio que el pequeño lloraba lágrimas de sangre y el iris de sus ojos era blanco. Lo que hizo la joven hechicera fue tomar un balde de agua helada y echarlo encima del niño, pronunció unas palabras en latín y encendió algunos inciensos. Cargó al niño en brazos y esperó a que durmiera.
* * *
Azalee vomitaba insectos y cosas desagradables con frecuencia, defecaba hojas de árbol secas y gusanos muertos, una vez llegó a vomitar un hueso humano de algunos diez centímetros de ancho. Carlos tuvo que sufrir con ella todo esto, sentía en carne propia el dolor, la incomodidad y el desespero de su amada cada que cosas como esta ocurrían; a veces cuando terminaban estos sucesos, Carlos se encerraba en una habitación a llorar. Era demasiado para él verla sufrir, pero no tenía opción.
* * *
Así fue durante ocho años. Día a día Katia y Carlos veían a sus seres amados sufrir de formas inimaginables, hórridas y en ocasiones asquerosas.
Los ataques cesaron gradualmente hasta desaparecer en su totalidad. Fue entonces cuando Carlos y Azalee pudieron reanudar sus hábitos criminales, y Katia preparaba a Cristian para que obtuviera su venganza.
Los recuerdos de la otra vida de Cristian se hacían presentes en forma de sueños, al principio el pequeño niño se confundía, a veces lloraba al revivir mentalmente la escena de la muerte de los amantes y su propio suicidio, solía ver fantasmas por todas partes decirle cosas que no comprendía, pero estos espectros no eran más que la sombra de su pasado.
     —Mami, ¿por qué veo todas esas cosas? No me gusta, no quiero ir a dormir ya, no quiero escuchar esas voces...
Ante esta cuestión, Katia siempre le respondía:
     —Tienes que encontrar la respuesta tú mismo, yo no puedo ayudarte, si llegara a hacerlo, la oscuridad me llevaría lejos de ti y no podría guiarte.
Según lo estipuló Obscuritatem, el pequeño tendría que realizar su venganza solo, sin la ayuda de Katia ni de nadie más, debía juntar todas las piezas de su rompecabezas y así rehacer su vida, tener en claro el porqué estaba vivo y al cumplir su misión, regresaría al mundo de los muertos sin oportunidad de ir al cielo o al infierno. Esa era la paga, su alma.
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