lunes, 2 de febrero de 2015

Génesis

Muchos años pasaron luego de la llamada «Masacre de los amantes». Los cuerpos fueron encontrados el mismo día de la tragedia, pues el sonido del revólver de Cristian alertó a los vecinos del edificio.
El único cuerpo que no estaba era el de Carlos. Quizás alguien se lo había llevado, pero, ¿quién?
En la noche, y en la soledad de la morgue se encontraban ambos cuerpos depositados en unos enormes cajones, esperando ser identificados. La policía no movió un solo dedo para buscar el cuerpo de Carlos, ni para investigar un poco sobre el caso.
En la ciudad todos estaban felices, pues los «asesinos silenciosos» no se habían aparecido en varios días.
Cuando los forenses dieron por hecho de que nadie identificaría los cuerpos, decidió que al día siguiente los enterrarían en una fosa común. Fueron a cenar a un restaurante cercano, pues en el Servicio Médico Forense no había mucho trabajo luego de la extraña desaparición de los asesinos.
A la pequeña sala fría entró una mujer morena, de cabello muy largo y lacio de color negro y un vestido de éste mismo color que le llegaba a los pies. Las mangas eran largas y ceñidas, y tenía un escote pronunciado en pecho y espalda. Tenía un búho en el hombro y una cría de lobo amarrado por el cuello a una soga. Buscó entre los nombres de las etiquetas de los pies de algunos 6 occisos en la morgue y encontró el cuerpo de Cristian. Sonrió malignamente ante esto.
 * * *
Azalee abrió los ojos y lo primero que vio fue a Carlos sentado en una silla, con un tobillo sobre la rodilla contraria y fumándose un cigarrillo. Un recuerdo relámpago atravesó su memoria: Cristian apuntando el arma a la nuca de Carlos, éste sonriendo mientras cae de rodillas. Cristian acercándose a ella y degollándola. Antes de perder la conciencia puede ver cómo Cristian se vuela los sesos y... y luego nada.
Sintió como si después de haber visto ésta última escena, hubiese perdido la consciencia durante unos segundos, como si todo hubiera sucedido en un parpadeo.
Carlos dejó el cigarro en un cenicero y se aproximó a la cama donde yacía su amada.
Estuvo muchísimo tiempo esperando a que despertara, fueron quizás tres meses en los que la mujer estuvo como muerta.
     —Cásate conmigo—le dijo como rogando, Azalee levantó la mano izquierda y la miró: una preciosa argolla de oro blanco se encontraba en su dedo anular. Miró los ojos color miel de Carlos, luego volvió la vista a su propio cuerpo. Aún usaba aquel vestido blanco, aunque ahora estaba algo roto y lleno de sangre y tierra.
No tenía claro lo que había sucedido, nada tenía sentido, y no era que le importara mucho, lo único que le mantenía la mente ocupada era que Carlos estaba vivo, que estaban juntos otra vez.
* * *
Aquella mujer que sacó el cuerpo de Cristian, lo incineró hasta reducirlo a cenizas, las guardó en una pequeña caja durante exactamente veintiocho días, esperando la próxima luna llena.
Este día, tomó las cenizas de Cristian, a su cría de lobo y a su pequeño búho, además de un bolso con diversos materiales. Se dirigió al cementerio más cercano a hacer su ritual.
Se aseguró de que no hubiera nadie. El cementerio no tenía velador.
Se introdujo hasta lo más recóndito del cementerio, caminando entre lápidas rotas, arena de muerto y huesos viejos. Tomó un cráneo que encontró en el camino y se detuvo en el lugar en el que el búho ululó. Bajó del hombro de la mujer y se posó sobre las raíces salidas de un viejo y marchito árbol.
La mujer sacó algunos materiales de su bolso de tela: unas velas rojas y negras, aceite de rosas, incienso, un frasco con corcho con un líquido rojo y espeso, un puñal y un collar hecho de huesos de cuervo.
Formó un triángulo equilátero con las velas y las encendió, hizo un pequeño agujero en la tierra en el centro de la figura y ahí colocó las cenizas, el aceite de rosas, el líquido espeso y encajó levemente el puñal en el lomo del lobo. Puso una sola gota de sangre en el agujero.
Pronunció la palabra Obscuritatem durante unos minutos. Un ente se apareció frente a ella y recogió el cráneo del suelo.
     —¿Qué se te ofrece?—dijo aquella presencia oscura, cuya forma era la de un hombre con una capucha y un cetro de madera con una cabeza de carnero en la punta.
     —Quiero que despierte—dijo con odio en la voz señalando los restos del cuerpo de Cristian—. Necesita vengarse de quien le arrebató la vida.
Obscuritatem  señaló al lobo con el cetro.
      —El cachorro debe comerlo—señaló esta vez las cenizas de Cristian—. Sabes el proceso.
La mujer asintió, en realidad no pedía la ayuda de Obscuritatem para despertar a Cristian de su sueño eterno, sólo necesitaba su permiso.
Obscuritatem era la muerte.
 * * *
Carlos Alvarado nació en España, cerca del siglo XV. Cuando tenía 22 años su padre, un famoso periodista de la época le pidió le ayudara con una entrevista que no podría cubrir él mismo, y confiado por los grandes conocimientos de su hijo, creyó que éste podría realizar el trabajo. Carlos aceptó sin dudarlo, pues sabía que si hacía esto bien, sería un orgullo para su padre. Emocionado emprendió el viaje hasta Madrid, donde el Marqués de Boutier lo esperaba.
El castillo de Boutier era grande y muy antiguo, según comentarios de los sirvientes que guiaron a Carlos al despacho del Marqués, la edificación había sido construida cerca del siglo X.
La entrevista fue perfecta, Carlos tomó muy buenas notas y sabía que había hecho un excelente trabajo. Debido a que el viaje había sido muy pesado y largo, el Marqués le ofreció quedarse un par de días para que el camino de regreso no le pesara tanto.
     —Sólo no te acerques a las mazmorras—le dijo el Marqués con misterio. Con curiosidad, el joven escritor le preguntó la razón, a lo que Boutier le dijo que en realidad no sabía lo que se encontraba en ese lugar, pero que su abuela le advirtió esto antes de morir:
Quienes entran a esas mazmorras, no salen siendo ellos.
Al segundo día de su estancia en el castillo, Carlos, movido por su curiosidad decidió adentrarse en las mazmorras aprovechando que Boutier había tenido que salir de improvisto. Tomó una vela encendida y comenzó a bajar las escaleras de madera y roca.
Conforme bajaba, la humedad y el moho se intensificaban y un insoportable olor a carne podrida le hacían tener arcadas. Comenzó a creer que había cometido un grave error al desobedecer las órdenes del Marqués, pero ya estaba demasiado lejos para dar vuelta atrás.
Cuando al fin llegó ante la puerta que daba entrada a las mazmorras, sintió un escalofrío que le recorrió la espina dorsal. Tomó aire y estiró la mano hacia la argolla oxidada que servía de picaporte, y la jaló.
La humedad hacía la puerta de madera más pesada, por lo que puso la vela en el suelo y tomó la argolla con ambas manos, usó todas sus fuerzas y logró abrirla un poco.
Allí estaba un hombre maduro sin ropas, bastante sucio, colgando de los brazos por unas gruesas cadenas oxidadas. Al escuchar a Carlos entrar, alzó el rostro. Sus ojos eran rojos, destellaban como dos malignas luces.
Carlos estaba simplemente aterrado, retrocedió un paso y accidentalmente tiró la vela, provocando que la débil luz que producía se apagara con el agua que se encharcaba en el suelo de piedra. Todo estaba a oscuras, no había otro sonido que la agitada respiración de Carlos, estaba paralizado. Luego de unos inquietantes minutos, escuchó moverse las cadenas que sujetaban los brazos de aquella criatura, estaba seguro que eso no era un hombre.
Las cadenas crujían y crujían hasta que parecieron al fin romperse, el óxido había ayudado al ente a lograr esta tarea.
No tuvo tiempo de reaccionar cuando dos colmillos se clavaron en su cuello y comenzaron a succionar su sangre. Las piernas comenzaban a temblarle, estaba seguro de que iba a morir, nadie podría ayudarlo y era evidente que el ser de las mazmorras tenía al menos 500 años allí encerrado, y estaría hambriento...
Cayó al suelo, debilitado y sentía que se iba a morir. El vampiro se acuclilló y tomó uno de sus brazos, le rompió la manga del saco y la camisa. Estaba a punto de clavar una vez más sus afilados dientes en la piel de Carlos para terminar con el hálito de vida que le quedaba, cuando un estruendo irrumpió en el mortífero silencio del lugar.
No supo cómo, pero el vampiro salió disparado y colisionó con la pared más lejana. Abrió un poco los ojos y miró el motivo de aquel estruendo, el Marqués con una especie de arco y flechas de madera, con las cuales había herido al vampiro.
     —¡Le dije que no debía entrar!—gritó Boutier.
El joven escritor perdía el conocimiento durante unos segundos y luego lo recuperaba, durante esas fases pudo ver al vampiro levantarse, correr hacia Boutier y devorarlo cual león enjaulado a un ciervo. Luego corrió escaleras arriba.
Después, perdió definitivamente el sentido.
Pasó mucho tiempo para que el joven despertara, y durante esos años de sueño ininterrumpido, fue encadenado a la mazmorra al igual que el vampiro que había escapado.
Boutier murió por el ataque del vampiro, también todos sus empleados. Sólo quedó vivo uno, el más viejo de todos, Marcelo Villalobos.
El señor Marcelo dijo a los agentes de la policía que Carlos había abandonado la mansión en el mismo día en que la entrevista a Boutier había terminado, por lo que los ingenuos oficiales creyeron que éste estaba ya en Sevilla y no vieron relevante el hecho de ir a interrogarlo. Además, Villalobos se había encargado de mentir diciendo que lo que los atacó había sido un animal salvaje.
No hubo más investigaciones sobre el caso.
En Sevilla, el padre de Carlos lo buscó insistentemente y murió sin tener alguna pista de él. El joven Alvarado se mantuvo así, de 22 años durante mucho tiempo, pues la mordida del vampiro no lo había matado, lo había convertido en uno de ellos.
En el año de 1700 el castillo en ruinas de Boutier fue comprado por un rico hacendado y ordenó derrumbarlo para construir una hacienda más.
Carlos, ahora convertido en vampiro, se las arregló para escapar. A pesar de que su sed de sangre era muy fuerte, su inteligencia y tacto lo eran más, así que pudo contenerse hasta estar fuera de Madrid.
Vagó durante muchos años, vivió en muchos lugares del mundo y al final, en pleno siglo XXI fue a parar a una pequeña ciudad en México. Nunca imaginó que en este país conocería a quien fuera el único gran amor de su vida.
* * *
Al preguntarle su amada una explicación, Carlos procedió a platicarle que cuando Cristian le disparó, su cuerpo «murió», pero éste mismo mudó de piel al igual que una serpiente. Azalee no entendía mucho, quería respuestas y las quería ya, su momento de cursilería había terminado y ahora quería saber por qué estaban vivos.
     —Soy un vampiro—dijo Carlos y Azalee soltó una carcajada, el joven la tomó por los hombros y le gritó:—¿Acaso no es obvio? Estamos VIVOS, mujer.
Azalee negó insistentemente con la cabeza y se soltó del agarre de Carlos. No podía creer que eso estuviera sucediendo, le sonaba a alguna película de jóvenes adolescentes que se enamoran y uno de ellos resulta tener un poder sobrenatural. Su historia de amor con Carlos era única, inigualable, eran dos asesinos seriales que habían sido asesinados a su vez por un viejo amor, ¡así sería como iban a terminar las cosas!
     —¡Me convertiste en un estúpido vampiro!—gritó la mujer pateando una mesa, en la cual se encontraban algunas copas que se rompieron.
Carlos intentaba tranquilizarla, pero era inútil. Estaba furiosa.
     —¿No puedes entender lo importante que eres para mí?—le gritó en un arranque de desesperación—. No puedo, mujer, no deseo una vida sin ti a mi lado, no concibo un mundo sin tu existencia acompañándome, por eso lo he hecho, soy un maldito egoísta, ¡pero te amo!
Azalee frunció el ceño desfigurando su fino rostro. Mostró los colmillos y se abalanzó hacia Carlos haciéndolo caer. Ya en el suelo, lo besó como nunca antes.
* * *
La cría de lobo fue forzada a comer la pútrida mezcla de la hechicera.
El pobre animal se retorcía en el suelo, mientras la bruja intentaba colgarle el collar de huesos. Luego de unas angustiantes horas para el pobre animal, al fin dejó de retorcerse cual lombriz y se reincorporó para irse. La bruja salió del cementerio con sus animales casi al amanecer, llegó a su pequeña casa y se encerró ahí durante días tejiendo la estrategia perfecta para su próximo plan.
Pasaron algunas semanas y entonces empacó algunas cosas, dejó al búho encargado con una vecina y se fue con el pequeño lobo. Tomó un autobús que le llevaría a una ciudad cercana, allí rentó un hotel y por las tardes se dedicó a buscar por ahí a algún niño desamparado.
No tardó mucho en conseguir lo que buscaba, una madre hablando por teléfono descuidaba a su bebé que no parecía tener más de medio año de nacido, la bruja aprovechó esta oportunidad y tomó al bebé. Cuando la madre se percató de que el niño no estaba, la bruja ya estaba lejos.
Regresó a casa esa misma noche y en la oscuridad de su habitación preparó lo necesario para dar inicio a su ritual de reencarnación.
Colocó al pequeño bebé en el centro de un círculo de velas blancas y tomó un puñal. Pronunció algunas palabras en un idioma extraño, encajó el puñal en el pecho del niño y luego en el del lobo, sacándole el corazón a éste último.
"Obscuritatem, doy esta cría de lobo como ofrenda para colocar el alma que fue despojada injustamente de su cuerpo en el cuerpo de este bebé"
 El alma de Cristian navegó por el aire unos segundos, abandonando el cuerpo del lobo y entró al cuerpo del niño, que lloraba desconsoladamente. La bruja lo cargó e intentó calmarlo. La herida comenzaba a cerrarse sola.
     —Mi trabajo está hecho.

Basado en la canción "Demolition Lovers" del grupo estadounidense My Chemical Romance.


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