jueves, 2 de junio de 2016

Lanzas.

En la pared hay una sombra, es del barandal de mi ventana. Los picos que lo ornamentan, en la sombra, parecen lanzas. Mis piernas se retuercen y mi mano izquierda pellizca y estruja las sábanas. Mi cabeza dice que no, pero mis piernas siguen abiertas. Mi cuerpo quiere jugar y me hace imaginar que el tacto rugoso de mis dedos son tus papilas. Estoy ahogándome con mis propios gemidos, mis dedos están acalambrándose por tanto placer frustrado. Mis manos mediocres no pueden darme la satisfacción que un solo roce de las tuyas, me brinda. La humedad entre mis piernas aumenta con sólo escucharte susurrándome en la oreja. Desaparece tu cuerpo, fúndelo con el mío, olvidemos por un rato quiénes somos y a dónde vamos. Corramos las cortinas y pongamos el cerrojo a la puerta. Ayúdame a no tener que revolcarme más entre mis sábanas vacías, succiona mis desengaños y endurece las cumbres de mis senos con tu lengua y tus dientes, hazme creer que mi cuerpo explotará de un momento a otro.
Por mi parte, intentaré mostrarte un lado de mí que no conoces. Te mostraré cómo es que una mujer puede montar a un hombre indomable, hacerlo suyo, cubrirlo de sudor, y dejarlo con las piernas débiles y adoloridas. Si me permites, exploraré cada uno de los rincones de tu cuerpo, mis manos tomarán con decisión el asta que enarbola los territorios inhóspitos de tu santuario, pidiéndome que arribe, que tome posesión del terreno, no obstante de mi hambre de orgasmos, seré dulce en mis movimientos. Mis manos se moverán gentilmente hacia arriba y hacia abajo, y mi lengua se paseará suave por aquellos alrededores; conocerás el cielo y el infierno al mismo tiempo: te haré sentir la gloria por momentos, y en otros, arderás.
Quiero ver aquella mirada con la que me desnudaste por primera vez, quiero que esos ojos me griten que tienen tanta hambre como yo, porque el resoplar en el cuello y el palpar entre las piernas, ya no son cosa suficiente.
Necesito una buena dosis de ti, de tu propia humedad escurriendo entre mis muslos, de la hostilidad de tus vaivenes, de la suavidad de tus caricias, de la firmeza de tus dientes dejando su ruta grabada en mis hombros, en mis senos, en los dedos marcados alrededor de mi cintura, del desborde del placer a través de un gemido. Sosiégame, y luego caigamos rendidos entre el montón de sábanas anegadas, mirando el barandal que proyecta su sombra amenazante sobre mi pared.



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