Por mi parte, intentaré mostrarte un lado de mí que no conoces. Te mostraré cómo es que una mujer puede montar a un hombre indomable, hacerlo suyo, cubrirlo de sudor, y dejarlo con las piernas débiles y adoloridas. Si me permites, exploraré cada uno de los rincones de tu cuerpo, mis manos tomarán con decisión el asta que enarbola los territorios inhóspitos de tu santuario, pidiéndome que arribe, que tome posesión del terreno, no obstante de mi hambre de orgasmos, seré dulce en mis movimientos. Mis manos se moverán gentilmente hacia arriba y hacia abajo, y mi lengua se paseará suave por aquellos alrededores; conocerás el cielo y el infierno al mismo tiempo: te haré sentir la gloria por momentos, y en otros, arderás.
Quiero ver aquella mirada con la que me desnudaste por primera vez, quiero que esos ojos me griten que tienen tanta hambre como yo, porque el resoplar en el cuello y el palpar entre las piernas, ya no son cosa suficiente.
Necesito una buena dosis de ti, de tu propia humedad escurriendo entre mis muslos, de la hostilidad de tus vaivenes, de la suavidad de tus caricias, de la firmeza de tus dientes dejando su ruta grabada en mis hombros, en mis senos, en los dedos marcados alrededor de mi cintura, del desborde del placer a través de un gemido. Sosiégame, y luego caigamos rendidos entre el montón de sábanas anegadas, mirando el barandal que proyecta su sombra amenazante sobre mi pared.
No hay comentarios:
Publicar un comentario