domingo, 12 de junio de 2016

Vacío intenso.

Me llamo Karin, tengo 15 años. Vivo en Pastaza, Ecuador, pero nací en Siria. Mi familia y yo nos mudamos hace diez años por la terrible guerra que se desata en mi país natal. Un soldado americano mató a mis abuelos sólo por maldad, y fue entonces cuando mi padre decidió traernos. Afortunadamente mis difuntos abuelos tenían esta casa. Mi abuela era ecuatoriana.

En Siria éramos una familia acomodada, pero la crisis económica hizo a papá hipotecar la casa. Estábamos por quedarnos en la calle, cuando mis abuelos murieron y papá recibió la herencia. No me gusta Ecuador, pero es mejor que "vivir" en una guerra.

Mi papá se llama Abdel. Trabajaba en una empresa petrolera como obrero, pero debido a un problema con la empresa, perdió el empleo y aún no encuentra. Le es difícil hacerlo, ha ido a buscar, a pesar de tener estudio, nadie lo contrata por ser de Siria. Muchas veces lo han tachado de terrorista, y le han insultado. Nunca pensé que la gente fuera tan racista. Mi mamá se llama Safir. Ella trabaja en una empresa como intendente. Gana muy poco y apenas nos alcanza para comer, a veces ni agua podemos beber porque aquí escasea mucho. Tengo un hermano, él se llama Nabir. Tiene 17 años. Mi hermano siempre ha estado allí para mí, y yo para él. En la escuela nos molestan mucho por ser sirios, y a mi hermano porque es homosexual. No es que se le note mucho, pero cometió el grave error de confiar en alguien en quien no debía, y ustedes sabrán el resultado.

El otro día unas chicas me encerraron en el baño. Una tal Brenda y una tal Lola. Me patearon y me halaron de los cabellos. No sé ni por qué lo hicieron. Yo jamás les he hecho nada. A mi hermano le encajaron una navaja una vez. Recuerdo que tuvimos que pagar hospital y material de curación, hubieron días en los que no comíamos ni una miga de pan.

Estamos en pleno mundial de fútbol soccer. No me gusta porque tras él se esconden muchas cosas. Es como una cortina de humo para mantener a la gente ocupada pensando en otras cosas. Además, la de gente pobre que hay en Brasil, para que el gobierno prefiera costear millones de dólares en un tonto jueguito de pelota a alimentar a los niños de la calle. Y peor, he escuchado que han asesinado niños y adultos indigentes para "limpiar" las calles y dar una buena impresión a los turistas.

Hace unos días que he visto a mamá algo enferma. Entiendo que trabaja más de lo que debe, pero esto es extremo. Está pálida y ojerosa, ha bajado muchísimo de peso y la he visto toser sangre. Me preocupa su situación. Nabir y yo le hemos preguntado qué sucede pero ella dice que está perfectamente bien.

En el colegio, Brenda me pegó un chicle en el cabello. Mi cabello era largo y lacio, me llegaba hasta la cintura. Según sé, es moda entre las chicas tener el cabello así de largo.

—A ver si así te cortas y te lavas ese cabello, piojosa—dijo riéndose, y se fue junto con Lola, ambas meneando las caderas. La odio tanto que quisiera matarla, pero no soy así. En el descanso siempre me siento a desayunar sola. Hay un chico que me sonríe a veces, se llama Pablo. No me gusta, pero es lo más cercano a un amigo que tengo. El otro día se me cayó un lápiz, y Pablo se apresuró a dármelo. Me sonrió, y yo a él, pero jamás nos hemos dirigido la palabra. Supongo que le ha de dar pena hablarme, no lo sé, pero yo aquí no quiero confiar en nadie. Tengo miedo de que me suceda lo mismo que a Nabir.

Ayer mamá cayó en cama muy enferma. No tenemos dinero para atenderla en un hospital. Tose y vomita sangre, y su piel está muy fría. Hace rato que ha perdido la lucidez y sólo dice incoherencias. Papá dice que no va a aguantar mucho.

Me llamó para que la viera. Entré a la habitación corriendo la roída cortina a un lado.

—Mamá...

Ella estaba medio consiente.

—Karin. Tengo algo que decirte antes de morir.

—Mamá, no digas eso. Vas a estar bien—dije con los ojos vidriosos.

—Cuida a tu padre. Se quedará solo, por favor cuídalo.

—Mamá, no...

—Ayuda a Nabir, necesita tu apoyo...—sus ojos comenzaron a cerrarse.

—¡No te vayas!—grité hasta sentir un ardor en la garganta, pero no sirvió de nada. Murió sin más. Me abracé a su cuerpo frío e inmóvil, me quise empapar de ella por última vez, de su aroma, estar con ella. Quise empaparme de su muerte, e irme junto a ella. Sin mi mamá, no quería vivir. Después de un buen rato salí del cuarto, con los ojos hinchados. Miré a mi padre, tirado en el sillón llorando inconsolablemente. Nabir miraba por la ventana y acomodaba un cartón que tapaba un agujero. Me escucharon salir y me miraron esperando que les dijera algo, pero no dije nada. No tenía nada que decir.

Papá compró un pedazo de terreno en el cementerio para enterrar a mi mamá. No teníamos dinero para un féretro, por lo que papá tuvo que enterrarla así. Nos dolió mucho no hablerle dado una digna sepultura, pero con la compra del terreno nos quedamos sin nada. No comimos en quince días.

Nabir y yo tuvimos que dejar la escuela. Papá no conseguía empleo, sólo a veces conseguía poco dinero haciendo trabajos, pero desde que mamá murió ha caído en el alcoholismo. No comemos a diario, y cuando lo hacemos no es mucho. Nabir ha estado buscando un empleo y yo hago lo que puedo en casa. He tenido que sacar a papá de las cantinas, o limpiar su vómito del piso de la sala de estar. Cambiamos la tele y un viejo radio por un par de panes y frijoles que nos duraron unos dos días. Nos han cortado la energía eléctrica y el servicio del agua.

Me asusta la oscuridad. Nabir duerme conmigo y me abraza cuando lloro. A veces llora conmigo. Papá ha llegado a golpearme cuando está ebrio y a Nabir le dice de cosas. Esto se ha convertido en un infierno.

Siempre deseé ser una doctora, mis calificaciones eran buenas, y tenía toda la disposición de crecer. Pero ahora todo se ha ido a la basura.

Papá no ha vuelto desde ayer. Nabir está trabajando en una construcción como albañil, y llega muy noche. No puedo esperar a que venga para buscar a mi papá.

Las calles están oscuras y solitarias. Lo he buscado en cuatro cantinas distintas, pero no aparece. Los cantineros ya me conocen, debido a la cantidad de veces que he tenido que buscar a papá y dicen que no ha ido o que no lo han visto. Luego de un buen rato de buscarlo, decidí volver a casa. En eso estaba, cuando un auto se detuvo junto a mí.

—Oye, niña—dijo una voz fría y áspera—¿Sabes dónde puedo encontrar a Sadam?

Sadam era el apodo de papá entre sus conocidos, le decían así porque su barba asemejaba a la de Sadam Hussein.

—No sé de quien habla—mentí.

—No te hagas la tonta, sabemos que es tu papá.

—Lo estoy buscando. Desde ayer no va a casa—contesté. Tenía mucho miedo pero no quise dárselos a saber.

—Pues verás—dijo otra voz—, tu papi nos debe mucho dinero. Estaba en las apuestas y nos pidió prestados 10,000 dólares americanos.

—No tengo nada qué ver en eso—dije y caminé a toda prisa. Un hombre bajó del auto y me persiguió, fue rápido y me atrapó. Pataleé, lo rasguñé incluso y no me soltaba. Grité con todas mis fuerzas pero nadie acudió en mi ayuda. El hombre me subió al auto y me aventó, me golpeó en la cara con el puño cerrado. Condujeron un buen rato hasta que llegamos a una vieja casona.

Ahí afuera, al menos quince chicas entre 14 y 20 años prostituyéndose.

Me metieron a la casa y me llevaron al tercer piso. Escuchaba sonidos desagradables provenientes de todos los cuartos, ninguno tenía puerta, en cambio tenían una cortina de encaje mugrienta y agujerada. Entramos a una de esas cortinas.

—Eva, traigo mercancía nueva—dijo el hombre que me golpeó.

—Tráela. Nos hacen falta muchachas—dijo Eva

Era una mujer corta de estatura, gorda y muy morena de piel. Usaba un vestido horrendo color fucsia, zapatillas azul metálico y maquillaje de este mismo color. Me miró y sonrió. Me pidió que me acercara.

—¿Cuántos años tienes?—preguntó.

—Dieciséis.

—¿Eres virgen?

Agaché la cara ,me daba vergüenza decirlo.

—¡Que si eres virgen, estúpida!—gritó jalándome el cabello.

—¡Sí, lo soy!—sollocé. Eva me soltó.

—Arréglate, hoy empiezas a trabajar. Debes pagar la deuda que Sadam tiene con el jefe.

Eva abandonó la habitación. Busqué algo de ropa, no había nada decente, todos los vestidos, blusas y faldas eran demasiado atrevidos, y qué más podía esperar de un prostíbulo.

Me maquillé lo mejor que pude, jamás lo había hecho. Me arreglé el cabello y salí. Eva me dijo que ya tenía a un cliente para mí. Era un hombre de traje. Me dijo que había pagado mucho por mí y que quería que lo complaciera. Me llevó a uno de los cuartos de la casona, y ahí, perdí mi inocencia.

Los tres días siguientes estuve acostándome con hombres viejos y asquerosos, me hacían cosas deplorables. Algunos me golpeaban. Pagaban mucho por mí, y por un momento pensé que tal vez me dejarían ir pronto, cuando la deuda de mi padre fuera pagada. Todas las noches lloraba, limpiaba la sangre de mi cara, me restregaba en la ducha como si eso me fuere a quitar el mórbido rastro de las manos de mis verdugos. Maldecía a todos aquellos hombres que profanaban a una pobre niña de dieciséis años. Recordaba sus caras, sus gestos de placer, sus palabras cochinas y vulgares. Y deseaba salir de ahí con todas mis fuerzas. Reunirme con Nabir y con mi papá. Quería mi vida de vuelta.

Eva llegó un día a decirme que me iría por fin de ahí dentro de dos días, que un uruguayo me había comprado para ser su esclava sexual. Dijo que era joven, guapo y que me trataría bien. No sabía qué era peor, si estar allí en el prostíbulo o vivir con ese hombre.

La última noche que trabajé ahí, el hombre con el que me acosté se quedó dormido. Tomé su teléfono y llamé a Nabir. Tardó en responder.

—Hola—dijo al fin.

—Nabir, soy yo, Karin—susurré.

—¡Karin!—escuché que lloraba—. ¡Te he buscado tanto! ¿Dónde estás?

—Me secuestraron. Me van a vender a un uruguayo, ven por mí por favor, estoy en...

Sentí una mano en mi hombro. Me giré, era el hombre que estaba dormido, desnudo y sonriéndome.

—Deja el teléfono ahí, chiquita.

Pude escuchar los gritos de mi hermano. Presioné el botón de colgar. El hombre me violó otra vez, sólo que fue más rudo. Me mordió y me golpeó, incluso me ahorcó. No sé qué más me haría puesto que quedé inconsciente.

Al día siguiente mi "dueño" fue por mí. Me llevó en avión a Uruguay. Supe que jamás volvería a ver a mi hermano. Supe que jamás recuperaría mi vida.

La casa de Martín, que es como se llamaba mi amo, era enorme. Tenía muchos sirvientes y un mayordomo. Me llevó a su cuarto, me pidió que me aseara. Me curó los golpes y me dijo que tenía un guardarropa nuevo para mí. Martín era guapo y amable, dejando de lado el hecho de que me había comprado, me trataba bien. Tenía tanto tiempo sin sentir amabilidad de parte de nadie, y no sé si inconscientemente me fui haciendo sumisa ante él. Hacía lo que me pedía, absolutamente todo; a veces me llevaba a sus reuniones alegando que yo era su dama de compañía. Un día tuvo que ir de improvisto a Ecuador, pero no quiso llevarme. Me quedé en casa siendo vigilada por sus sirvientes. Una sirvienta se me acercó, se aseguró de que estuviéramos solas.

—Debes tener cuidado, niña—me dijo—. Ninguna chica que el jefe haya traído aquí, ha salido viva y completita.

Las palabras de la sirvienta me hicieron temblar. Sabía que ese era mi fin, sabía que no podría escapar de ahí, sin darme cuenta estuve firmando mi sentencia de muerte. Me encerré en mi habitación. Recordé mi vida, cuando era feliz, antes de perder todo lo que tenía. Entonces me invadió un vacío intenso, no salí del cuarto no sé en cuanto tiempo.

Martín llegó un día y me sacó. Estaba como muerta en vida, me cargó como a una muñeca y abusó de mí. Luego se levantó. De un cajón sacó un revólver, me sonrió.

—Tu hermano y tu padre murieron—dijo—. Yo mismo me encargué de asesinarlos de paso, mientras estaba en Ecuador. No te preocupes, no les dolerá tu muerte. Ya estás muy usada, además, he comprado una nueva chica. Brenda, se llama.

Brenda. ¿Sería aquella Brenda que me golpeaba en la escuela?

Martín quitó el seguro al arma.
Cerré los ojos.
Escuché el disparo.
Sentí la sangre en mi pecho...era el fin...


      El cuerpo de Karin fue encontrado días después en un terreno baldío, descuartizado y quemado. Martín asesinó a Brenda seis meses después, de la misma forma que a Karin. Brenda resultó ser, en efecto, la muchachita que molestaba a Karin.

El padre y el hermano de Karin no habían sido asesinados. Martín mintió. Abdel dejó el alcohol y las apuestas, y junto con Nabir buscó a Karin por todo el país. Fundaron una asociación contra la trata de blancas.

Actualmente la siguen buscando. Nadie reconoció el cadáver de Karin en su tiempo y yace en una fosa común.

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