sábado, 25 de junio de 2016

Desvarío de soledad.

Nunca supe si en realidad soy una persona difícil de complacer. Me pregunté sobre ello anoche, con la nariz moqueante y los ojos anegados. Por alguna extraña, o quizás común razón, no siento como si me amases realmente.
Esto me sucede a ratos, en momentos de debilidad en los que no sé ni dónde estoy parada, instantes de horror y ansiedad, de histeria reprimida, de golpes y rasguños, de quejas internas y desgarres nepésicos. Fracciones de tiempo en las cuales tus ojos, en mis recuerdos, no reflejan amor. Tortuosas alucinaciones en las que mi psique se rebela cruelmente ante la calidez de tus manos, haciéndolas frías y asemejando un agarre tosco y sin afecto. Y tú, amado mío, no tienes la culpa de mis arranques. No eres el causante de mi llanto noctámbulo, de mi constante afán de mentirme. De restregarme en la cara que no es verdad, que no me amas, ni lo harás.
Suena extraño decirlo así, siendo que tu calor y los roces de tus manos, y el furor de tu mirada, y la vehemencia de tus besos al pasar varios días sin vernos, todo eso me dice a gritos que no sea estúpida, que estoy tan ensimismada pensando en mi dolor, que es por eso que no te siento. Que mis nervios están corrompidos por el dolor, un eufemismo que utilizo para no llamarlo locura, que lo único que necesito es una tarde a tu lado, llena de vigor. Y no me refiero a algún capricho del cuerpo, con vigor quiero decir que quiero que me tomes fuertemente del cuello y me pegues a tus labios, que me beses como si no hubiese un mañana. Que purgues mis congojas con tu lengua revoloteando en mi garganta. Que me sujetes por las mejillas y me provoques el llanto con tu mirada. Y que se me quede grabado en piedra que me amas, que saque esos tontos pensamientos de mí. Quiero que tu voz silencie con susurros a los fantasmas que me gritan sin clemencia que me dañe, que ya qué más da, que a nadie le importa...
Pero tú, amado mío, no tienes la culpa de mis arranques. Tu destino no debería ser curarme cada treinta días de mi continuo desgaste. Tú podrías estar junto a alguien que no se flagele con sentimientos, con alguien que no se ponga triste de repente y sin motivo, pero estás aquí conmigo y no lo siento, porque mi dolor, o mi locura o mi egoísmo en ocasiones no me dejan verlo. Porque las ánimas de mis penas aún no tienen descanso, pero tú sabes bien cómo ponerlas a dormir aunque sea por un rato.
Y aunque sé que tú no eres el culpable de los menesteres de mi exigente alma, sé que tienes el poder de saciarlos con tu dulzura, y con tu calma, y con tu cama. Sé que tus labios y tu voz pueden ponerlos a dormir, y que no molesten, que se vayan...
Nunca supe si en realidad soy una persona difícil de complacer. Me pregunté sobre ello anoche, y sigo sin obtener la respuesta que busco con tanto ahínco. Me rugen las tripas y me cruje el alma de dolor contenido, pero me ayudarás a ponerlo a dormir, ¿cierto? Porque eres el único que sabe cómo hacerlo.

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